1. The Pevensie Siblings

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1. LOS HERMANOS PEVENSIE

Nunca había estado tan cansada. Alexandria nunca se había agotado tanto en toda su corta vida. Le faltaban tan solo un par de pasos para llegar a la plataforma. Había recorrido todo el camino con la cabeza gacha, mirando el suelo y ensimismada en sus pensamientos. Odiando a todos los malditos gobernantes de todos los países implicados en la Segunda Guerra Mundial, por meterse en esa masacre y separarla de lo que más quería: su familia. Tan concentrada estaba en el disgusto que les tenía a esas personas que olvidó que estaba en la Tierra.

— ¿Quién eres? —preguntó una voz de preadolescente con antipatía.

— ¿Eh? —Alex levantó la cabeza confundida, aún medio metida en su propio mundo, para encontrarse con cuatro siluetas. Fijó sus ojos en la más alta de ellas, suponiendo (sin equivocarse) que él le había hablado. Un chico de piel blanca, aunque no tanto, cabello rubio oscuro y pequeños ojos azules.

—Peter...—susurró una chica junto a él — ¿Qué pasa con tus modales?

Una pequeña y menuda figura se abrió paso entre las otras tres y se paró frente a Alex. Era un poco más baja que ella.

—Hola, soy Lucy Pevensie ¿y tú? —se presentó, extendiendo su mano. Alex estuvo a punto de devolverle el gesto, pero se arrepintió a último momento. Lucy bajó la mano un poco avergonzada.

—S-soy Alexandria Summerfield —dijo algo insegura. La niña parecida amable, pero los otros tres pares de ojos que la miraban la hacían sentirse incómoda.

—Un gusto conocerte, Alexandria —dijo Lucy con una sonrisa — ¿Cuántos años tienes?

—10.

—Yo tengo 8 —informó orgullosa, pues Lucy se consideraba a sí misma casi una adulta. —Ellos son mis hermanos. Él el Peter el mayor de nosotros. Tiene 13 años —y lo señaló —Ella es Susan, tiene 12 —señaló a una chica de largo cabello negro, labios gruesos y grandes ojos celestes—, también es muy lista —susurró —Y él es Edmund, tiene tu misma edad —apuntó con el dedo índice a un chico que apartó la vista y bajó la cabeza.

—Edmund...—lo riñó Susan. Los modales para ella eran sumamente importantes.

— ¿Qué? —contestó él de mala gana.

Justo antes de que Peter se metiera y solo arruinara las cosas el relinchar de unos caballos llamó la atención de todos.

A paso ligero llegó una mujer de mediana edad conduciendo una carreta de madera, tirada por un caballo blanco con machas grises. La mujer parecía bastante petisa y era regordeta. Tenía la cara redonda y una notoria papada.

— ¿Los Pevensie? —preguntó a lo que Susan asintió. La mujer les hizo un gesto para que subieran a la carreta. —La pequeña Summerfield, supongo —se dirigió a Alex, quien seguía inmóvil mientras el resto subía — ¿Eso es todo lo que traes? ¿Un morral? —cuestionó sorprendida.

Molesta con la mujer por el tono que usó y por haberle recordado esa horrible noche en la que su hogar fue bombardeado Alex hizo algo que nunca hacía: ser irrespetuosa.

— ¿Quiere acompañarme a Londres a por el resto de mis pertenencias? —ironizó.

—Cuida ese carácter, niña —le advirtió la señora Macready con un tono mucho más oscuro.

Alexandria fingió que no le importaba y se dispuso a subir a la carreta. Peter intentó ayudarla, algo arrepentido por como la trató anteriormente, pero Alex lo ignoró completamente y subió con su propia fuerza. Si creían que soy débil por ser una niña están muy equivocados.

Durante el viaje la menor de los Summerfield se encargó de analizar a los dos Pevensie más pequeños. La primera en la que se fijó fue Lucy. Era una niña muy blanca (como sus hermanos), tenía los ojos iguales a los de Susan y el cabello negro le llegaba hasta los hombros. Parecía una persona optimista. Desbordaba alegría, a pesar de la situación en la que estaba. Luego se fijó en Edmund. Él tenía el pelo y los ojos negros, parecía apartado de sus hermanos, distante. Veías el odio en su rostro. Estaba furioso y triste a la vez, sentía pena por sí mismo.

Él la entendía.

Ellos se sentían igual.

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Alexandria limpió sus embarrados zapatos en el felpudo que estaba delante de la puerta, pues había llovido el día anterior y el suelo estaba muy lodoso, luego entró detrás de los hermanos Pevensie. Después de contarles a los niños sobre las reglas de la casa y donde quedaban sus habitaciones, Mrs. Macready se fue molesta hacia quién sabe dónde.

El cuarto de Alex era muy grande comparado con el de los otros chicos. Quedaba junto al de Susan y Lucy y bastante lejos del de Peter y Edmund. Supuso que las paredes fueron blancas en un principio, aunque ahora tenían un color grisáceo. Paralelo a la puerta había un gran ventanal con dos pares de cortinas: unas medio transparentes y finas y otras gruesas color azul marino. La cama era de dos plazas, estaba cubierta por una colcha blanca y a los pies de había un cubrecama verde oscuro, también tenía un cabecero de madera en el que estaba tallado, en ambos lados, un Pegaso y en el centro había un gran árbol. En el lado derecho de la cama había una mesa de luz de madera y mármol y sobre esta una lámpara de aceite. Junto a la mesa de luz estaba ubicada una biblioteca completamente vacía. En el lado izquierdo de la cama había un mueble con una radio, sobre este (al igual que del otro lado) había una lámpara de aceite. Frente a la cama había un enorme guardarropas y contiguo a él un espejo de cuerpo entero, con el marco hecho de bronce, cercanos a la puerta de entrada estaban ubicados un escritorio y una papelera y entre medio de ambos muebles había una puerta. Al abrirla la niña descubrió el baño.

Lo primero que hizo Alex fue agarrar un trapo y comenzar a quitarle el polvo a los muebles para poder guardar sus cosas. Mientras limpiaba el armario encontró un cuaderno de cuero que lucía muy viejo, sin embargo, Alex estaba muy cansada como para que su lado curioso se preocupara por eso, así que simplemente lo arrojó sobre la cama. Al terminar de ordenar salió dispuesta a preguntarle a alguna de las criadas que había conocido con antelación si era posible darse un baño.

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Se miró en el espejo. Era muy blanca, motivo por el cual la habían molestado gran parte de su vida, sus compañeros le decían "fantasmita" cuando era pequeña. Su cabello era negro azabache y lacio, le llegaba hasta el fin de los omóplatos. Tenía las cejas finas y una nariz bastante grande, que al igual que sus pómulos estaba cubierta de tenues pecas. Sus labios eran finos y rosados. Sus ojos eran de tamaño normal y de un color indefinido, entre azul y púrpura, pero más tirando a púrpura. "Añil" le habían enseñado que se llamaba ese color. Tenía puesta una falda de tablitas color azul marino, una blusa de manga corta de un tono medio celeste y un saco verde. Se abrochó las guillerminas y tomó un cepillo que le pidió prestado a Susan para comenzar a desenredar su pelo. Pensó en hacerse dos trencitas, pero eso le recordó que su madre solía peinarla de esa forma y decidió no hacerlo, porque si se veía así peinada se pondría a llorar. Y ya había llorado mucho ese día.

Al escuchar la voz de Mrs. Macready avisándoles que debían ir a tomar el té, bajó las escaleras trotando.

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Debía de ser medianoche cuando Alex despertó agitada, había tenido una horrible pesadilla. Tan fea fue que dudaba poder volver a dormir esa noche. Para distraerse un poco y dejar de pensar en su sueño agarró el cuaderno de cuero que estaba sobre la mesa de luz.

"Diario de verano" se leía en la primera página "Polly Plummer. 1900."

El diario estaba escrito con una preciosa caligrafía y narraba el verano de una niña llamada Polly. Al principio era bastante aburrido, las cosas empezaron a ponerse interesantes cuando conoció a su nuevo vecino: Digory, un niño de su misma edad. Alex leyó y leyó fascinada por las aventuras que estos amigos vivían. Lo último que captó fue "El Bosque Entre los Mundos" y luego cayó profundamente dormida.

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Queen AlexandriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora