5. The White Witch

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5. LA BRUJA BLANCA

Lo siguió por kilómetros y kilómetros, él no se daba cuenta, porque estaba muy ocupado pensando en demostrarle a su hermano que él no era un niño tonto, y en darle una lección. La curiosidad carcomía a la niña, que se escondía detrás de un árbol si el pelinegro volteaba a ver. Finalmente llegó ante unos muros de piedra congelada, los muros de la fortaleza que Alexandria había visto antes, ahora que la veía de cerca se dio cuenta de que era un castillo, un castillo de hielo.

En la sala del trono se respiraba un aire gélido, los techos eran altos y amplios, carámbanos colgaban de ellos y no había ventanas. Tanto el suelo como las paredes estaban cubiertos de escarcha. El salón estaba repleto de estatuas, por lo menos había dos de cada especie viviente de Narnia. Había un camino de piedra azulada que llevaba hacia el altar donde se encontraba un único trono hecho de hielo, en él descansaba un piel blanca que bien podría de ser de un desafortunado oso polar.

En un momento Edmund sintió la necesidad de darse vuelta. Y Alexandria corrió a esconderse detrás de una de las estatuas, para ser específicos, detrás de la estatua de un gigante. Pero la niña no lo advirtió en ese momento, porque si lo hubiera hecho se habría espantado como probablemente lo harías tú si te encontraras un gigante congelado. Sin embargo, Alexandria no fue lo suficientemente rápida, y Edmund vio su cola de caballo y sus talones antes de que la niña estuviera oculta por completo.

- ¿Q-quién anda ahí? -preguntó atemorizado. Ese lugar le transmitía todo lo contrario a seguridad.

Alexandria sabía que no podía seguir escondiéndose. No tendría ningún sentido, había sido descubierta. Suspiró juntando fuerzas antes de salir de su escondite.

Lo primero que Edmund vio fueron unos zapatos negros de charol con restos de nieve por todos lados y un par de medias blancas mojadas. A medida que fue subiendo la vista vio un par de delgadas y pálidas piernas que no cesaban de titiritar, luego una falda negra a tablitas que comenzaba debajo de las rodillas. Una blusa veraniega a lunares verdes, sobre esta un fino saco de lana rojo y como abrigo un enorme sobretodo de piel de quién-sabe-qué. Una cola de caballo despeinada que apenas llegaba a un poco más abajo de donde debería estar el corazón y cuando finalmente llegó al rostro de la criatura abrió los ojos con sorpresa.

- ¿Alexandria? ¿Qué haces aquí? -preguntó confundido y con algo de fastidio en la voz. Primero le aplicaba la ley del hielo y luego se metía en sus asuntos de esa forma ¿quién se creía que era? Edmund estaba seguro de que le diría todo a Peter, así que la quería lo más lejos posible.

- ¿Qué haces TÚ aquí? -respondió ella mirándolo acusatoriamente.

-Eso no es de tu incumbencia, ¿me seguiste?

-No...bueno, sí. Pero no importa ahora. Edmund, debemos irnos, este lugar no me gusta.

-1) No tiene por qué gustarte y 2) no iré contigo a ninguna parte -replicó molesto con la niña. ¿Ahora comenzaba a darle órdenes? Ya se encargaría de ella una vez que la Bruja Blanca cumpliera su promesa.

-Edmund, es en serio. Este lugar es malo, solo mira sus rostros -dijo Alexandria girando la cabeza mientras contemplaba las expresiones de horror que había en todas las estatuas.

-Estás exagerando, solo son estatuas, las esculpieron a partir de piedra -dijo con ese tono de sabelotodo que compartía con su hermana Susan -aunque concuerdo en que la reina tiene un gusto algo...extravagante. -Agregó.

- ¡No son estatuas! -gritó en un susurro. No se atrevía a hablar con fuerza en ese lugar -Son seres con alma, que tenían vida y esa...reina a la que tú has venido a buscar los ha convertido en hielo.

Queen AlexandriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora