7. He Just Called Me Alex

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7. Acaba de llamarme Alex

El campamento de la Bruja Blanca era aún peor que sus pesadillas más horribles. Apenas entraron todos los soldados de la bruja clavaron sus ojos en ellos. Había hombres lobo, con el pelaje oscuro y opaco y enormes fauces; vampiros de piel casi tan blanca como la de la bruja, largos y afilados colmillos, orejas puntiagudas y ojos rojos, algo que Edmund advirtió fue que los vampiros no movían el pecho, lo que indicaba que no respiraban –como muertos vivientes–; espíritus malignos del bosque; enanos negros; arpías; minotauros; gigantes –que lucían tan feroces que Edmund empalideció–; y criaturas que desconocían, pero que hubieran jurado que eran demonios, Alexandria se tambaleó cuando se encontró con las miradas de estos, y Edmund se acercó a ella porque pensó que se desmayaría.

El lugar era lúgubre y sucio, a los niños les ataron las manos y luego los ataron al tronco de un árbol, un árbol que estaba tan seco que parecía muerto. A Alexandria casi le pareció que podía sentir su tristeza y profunda amargura. Oh, Alexandria, durante los días que estuvo ahí se convenció de que nunca había conocido lo que es la desesperación o el verdadero terror antes. En cuanto sintió las frías manos del vampiro –tan frías como las de un cadáver deberían estarlo– tocar las suyas mientras se las amarraba un escalofrío le recorrió todo el cuerpo y todos sus músculos se tensaron.

Los dos la pasaron mal y no pudo decir si alguno se sintió peor que el otro, pero lo que sufrió Alexandria no tiene nombre. A Edmund lo miraban con desprecio y asco, pero a la niña...Muchas veces la tocaron. Le tocaban las manos –cada vez que tenían oportunidad–, los tobillos cuando pasaba, e incluso el cabello. Algunos llegaban incluso a tironeárselo. Esto se debía que los seres sentían envidia por la piel blanca y el pelo largo y sedoso de Alexandria.

Otro dato resaltable es que los chicos pasaban el máximo tiempo posible juntos. Y que las manos de Alexandria quedaron marcadas en los brazos de Edmund. Puesto a que ella aún seguía conmocionada por el episodio de hacía días atrás –en el que había presenciado como la bruja congelaba a animales inocentes y había perdido uno de sus lóbulos– y se alteraba por todo. En el campamento constantemente se escuchaban gruñidos, gemidos, gritos, voces seseantes, susurros oscuros y risas extremadamente agudas, pero también chillidos. Y cada vez que eso sucedía los ojos de Alexandria se abrían como platos y lanzaba un manotazo hacia Edmund, afirmándose en él. Tanto le pasaba que para el quinto día los ojos de Alexandria estaban abiertos de par en par a cada momento y miraba a todos lados con paranoia. Tenía los nervios destrozados.

Hubo una tarde que fue la peor de todas, sin lugar a dudas. Alexandria estaba sola, sentada junto al árbol cuando una de esas criaturas que ella identificaba como demonios se acercó. La niña se paró, ya había aprendido que debía mostrarles respeto, a pesar de que no se lo merecieran. Con una rapidez descomunal el demonio tomó su rostro con las manos y posicionó sus dedos bajo su mentón. Una vez más sus músculos se tensaron y comenzó a sentir un terrible dolor de estómago. Los ojos se le llenaron de lágrimas y le ardían ya que hacía un gran esfuerzo por no llorar. El demonio empezó a manosearle la cara, arrastrando sus ásperas manos por la mandíbula y mejillas de la niña. En cuanto pasó los dedos por sus labios una lágrima rebelde escapó de su ojo y rodó a lo largo de su rostro. El demonio miró la lágrima fascinado e hizo algo que colmó la paciencia de Alexandria. Acercó su lengua a la lágrima y la saboreó, lamiendo toda la mejilla de la niña hasta llegar al ojo. La boca de Alex se abrió de par en par. Realmente no se me ocurre una forma de explicarte la repulsión extrema que estaba sintiendo nuestra protagonista. Apenas se recuperó del shock gritó. Gritó tan fuerte y tan agudo que ni ella misma se lo hubiera creído si alguien le hubiera contado.

Queen AlexandriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora