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Hacía un año que se habían mudado a una ciudad de Maine, en Estados Unidos. La casa que había encontrado estaba en la parte más montañosa. No le gustaba demasiado porque no tenía otras viviendas cercas, era una zona bastante apartada. Alrededor de su casa había un bosquecillo que daba a un camino principal, que se dirigía al mundo civilizado, como le gustaba decir Alice. El centro de la ciudad se encontraba a unos veinte minutos en coche. A veces iban Alice y Dylan a un parque infantil que había cerca de allí, pero la madre había interceptado miradas curiosas por parte de algunos habitantes. Suponía que, como vivía en una de las zonas más apartadas, los vecinos no podían saber mucho de ellos y ver dos caras nuevas les sorprendía.

Aunque había pasado dos años desde que su marido Nick murió, aun no podía superarlo.

Una de las veces que había ido al centro a comprar un juguete que su hijo le había pedido hacía mucho tiempo, oyó una conversación que le dejó un tanto intranquila. Estaba en la sección de figuras de acción cuando escuchó a dos mujeres hablando sobre un tema que Alice había escuchado en las noticias.

-...Ya sabes que son niños, Catherine... ¡no les podemos prohibir que salgan a jugar!- decía una.

-Tengo dos niños, ya sé que no harán caso- respondió la que se decía Catherine- pero ya conoces lo que está pasando. Los secuestros son más frecuentes y, si no encuentran al culpable... ¿qué podemos hacer? Como madres tenemos que proteger a nuestros niños de tal monstruo.

Las dos mujeres se fueron, aun cuchicheando sobre el mismo tema. De pronto, llegar a casa y abrazar a su hijo, se convirtió en su prioridad. Compró el juguete, salió de la tienda y se fue con el coche hacia su casa. Había dejado a Dylan jugando con unos dinosaurios. El pequeño tenía cinco años y era la luz de su vida. No sabía qué habría sido de ella si a su hijo le hubiera pasado algo. Probablemente se hubiera vuelto loca. Casi nunca lo dejaba solo en casa, solo en escasas ocasiones. Como trabajaba en casa, siempre podía tener un ojo puesto en él.

Cuando llegó a su casa, subió las escaleras y abrió la puerta. En el momento en el que le vio, respiró aliviada. Desde el accidente, se había vuelto más protectora con él. Veía a Dylan y era como si viera a su marido. Le echaba mucho de menos.

Preparó la ensalada y se sentaron en el sofá mientras veían la televisión. Las noticias empezaron y la primera noticia era la misma que se repetía casi cada día, pero con caras y nombres distintos.

-Ha habido otro caso de secuestro. Este en Portland. Una niña de seis años estaba jugando en el parque mientras su madre había ido a la heladería que estaba cerca. Pero en el tiempo de pedir los helados y pagar, la niña había desaparecido. Su madre salió, gritando su nombre. Diez minutos más tarde, alertó a las autoridades. Algunos testimonios que estaban paseando, afirmaron ver una mujer de unos cincuenta años diciendo algo a la niña. Como vieron que la seguía por propia voluntad, creyeron que era una conocida. Aprovechamos para decir que los padres adopten una máxima precaución con sus hijos. Si tienen que ir a algún lugar, aunque esté muy cerca, es aconsejable llevárselos con ellos - la presentadora paró un momento, como si estuviera escuchando algo que nadie más oía. Luego, siguió hablando.- Tenemos una noticia de última hora relacionada con los casos de secuestros. La policía ha observado que la persona culpable está siguiendo el mismo modus operandi: sus secuestros duran dos días y luego, tres días sin dar señales de vida. Puede que no sea una información válida para descubrir al culpable pero sabiendo eso, las autoridades pueden deducir que los días que no se produce ningún secuestro, significa que los lleva al lugar donde se cree que tiene escondidos a quince niños y niñas. Es por eso que, durante dichos días, las autoridades pondrán más controles en las carreteras y parques infantiles.

Después de la noticia, salió una foto de la niña con su nombre debajo. Se llamaba Samantha Thompson. Alice podía ver que era una niña preciosa, con dos trenzas pelirrojas y con ojos verdes. Iba con un vestido de margaritas y unas sandalias rosas. No podía dejar de pensar lo que estarían pasando sus padres. Se despertaron como una familia normal y al cabo de unas horas, tenían a una hija secuestrada. Con esa noticia, un pensamiento le asaltó su mente: tenía que revisar las alarmas. A veces se disparaban sin motivo alguno y eso le molestaba. Muchísimo. Además, con esos casos quería asegurarse que su hijo no tuviera nunca ningún problema.

A la mañana siguiente se produjo otro secuestro, este más próximo a la zona donde vivían. Se podía notar la preocupación de los habitantes. Durante los días de "descanso", como decía la policía, los parques estaban llenos de niños, jugando tranquilamente ajenos al peligro que estaban expuestos tan solo por estar varios metros lejos de su familia. Los dos días de "actividad" los lugares de ocio estaban desiertos.

Las noticias alertaron que el próximo día de actividad sería mañana, 2 de julio. Avisaron a los telespectadores que se asegurasen de tener controlados a sus hijos y que no les perdieran de vista.

Llegó la hora de acostar a Dylan. Le dio un beso en la mejilla mientras le arropaba y cerró la puerta tras ella. Estuvo un rato mirando una película hasta que se fue a dormir. Soñó con el accidente. Otra vez. Pero en aquella ocasión, apareció un nuevo elemento. Un sonido sordo que le sacó de su sueño. Estuvo desorientada porque el pitido no cesaba. Se dio cuenta, demasiado tarde aunque no lo supiera, que era la alarma. Salió corriendo de la cama hasta la habitación del niño. Seguramente era un error, pero quería asegurarse. Abrió la puerta al mismo tiempo que una sombra oscura salía por la ventana, con su hijo en brazos.

DesaparecidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora