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Alice estuvo deambulando por Portland hasta que encontró la calle que buscaba. Las redes sociales habían ayudado bastante para encontrar a Avery Thompson, la madre de Samantha. Con el coche, recorrió la calle hasta que en el buzón de una de las casas estaba escrito: Familia Thompson.

Había llegado la hora de la verdad.

Aparcó el coche y subió por los pequeños escalones. Cuando estaba a punto de llegar al último, un hombre abrió la puerta tan de repente que estuvo a punto de caer. Supo enseguida que se trataba del padre: era pelirrojo como la niña y debajo de sus ojos, tenía unas sombras oscuras.

-Si eres periodista, ya te puedes largar de esta casa- gritó. Su mirada era tan apenada y desesperada... Alice se preguntó otra vez si había sido buena idea plantarse en su casa. Pero la imagen de Dylan, sonriendo mientras se comía un helado de chocolate, le borró las dudas.

-No soy periodista. Me llamo Alice W... Morgan- contestó- y quería hablar con su mujer, es muy importante.

-Mi mujer está de duelo por la desaparición de nuestra hija. Si es tan amable...- por señas le indicó que volviera por donde había venido.

-Siento por lo que están pasando. Puede que no haya sido una buena idea pero debe saber que he estado toda la madrugada conduciendo hasta llegar a Portland porque a mi niño... se lo han llevado. Me gustaría muchísimo que su mujer me explicara todo lo que ocurrió. Puede que no sirva para nada o puede que ayude mucho. Si le soy sincera la policía no sabe absolutamente nada de aquel monstruo. ¿Sabía que creen que es una mujer? No dan información y... quiero hacer algo, lo necesito. No puedo estar esperando una llamada anunciándome que han encontrado a Dylan cuando es muy posible que espere toda mi vida. Lucharé para encontrarlo- Alice acabó con un sollozo. No podía ni imaginarse por lo que Dylan estaría pasando y eso la mataba.

En aquel momento, una figura más baja que el señor Thompson, apareció detrás de él. Era la señora Thompson.

-Deja que pase dentro, cariño- dijo su mujer. Alice se fijó en sus increíbles ojos esmeralda, que brillaban a pesar de las ojeras que tenía.

Alice entró y la condujeron a un comedor amplio, con las paredes pintadas con colores pastel. Se sentó en una silla mientras observaba la pared que tenía enfrente. Sobre el sofá había una foto grande y enmarcada donde salía una niña que sonreía a la cámara. En su pequeña mano, sostenía un globo rojo y en la otra, un helado medio derretido. Alrededor de esa foto, había otras más pequeñas donde la pequeña aparecía con sus padres y otros familiares. Parecían una familia feliz. Alice se fijó en una en la que se veía a la niña escribiendo su nombre: Samantha.

-¿Por qué quiere hablar conmigo?- preguntó la madre. Se la veía alicaída y muy pálida, demasiado.

-Me llamo Alice Morgan- dijo, mientras sacaba del bolsillo de su pantalón una foto de su hijo. La puso sobre la mesa y continuó-. Han secuestrado a mi hijo y quería preguntarle si podría decirme lo que pasó. Sé por lo que está pasando y lo único que quiero es encontrar a Dylan.

Avery Thompson no sabía qué hacer. Podía ver en sus ojos que decía la verdad. Tenía la misma mirada apenada que la que veía cada vez que iba al baño. Pero sería difícil de explicar. El sentimiento de impotencia le corroía por dentro. Decidió que, si había una minúscula posibilidad que pudiera ayudar a la madre de Dylan, lo haría.

-Estaba en el parque con mi pequeña. Sam me pidió que le comprara un helado de chocolate, su preferido. La estaba vigilando todo el rato, tiene que creerme- susurró con la voz rota. Que te secuestren a un hijo es lo peor que le puede pasar a una madre-. Solo estuve unos segundos sin mirar, pero después... no la vi. Salí, creyendo que estaría en los columpios pero no la encontraba. El helado se cayó al suelo y corrí. Pregunté a la gente si habían visto a una niña pelirroja. La mayoría me respondieron que no hasta que una pareja de ancianos me dijeron que se había ido con una mujer. Creían que la conocía- su voz acabó de romperse. Las primeras lágrimas salieron y luego, ya no pudo parar. El sufrimiento, el miedo y la angustia salieron a borbotones de sus ojos. Una mano cálida le apretó suavemente el hombro. Alice.

-No quería molestarla, lo siento- dijo, a punto de marcharse.

-Espere- dijo Avery- ¿cree que encontraremos a nuestros hijos?- el hombre bajó la cabeza, impotente. No tenía esperanzas en encontrar a su hijita.

-No lo sé- contestó Alice- pero haré todo lo que pueda para obtener una pista, por pequeña que sea. Solo una cosa más ¿había una furgoneta verde?

-¿Una furgoneta verde?- preguntó la madre- Déjeme pensar... Sí, había una furgoneta verde cuando llegamos al parque... ¿por qué lo pregunta?

-Verá...- Alice empalideció. Ambas habían visto la misma furgoneta, no podía ser coincidencia. Además, ¿aquel color en esa clase de vehículo? Sospechoso.- Cuando secuestraron a mi hijo... se fue con una furgoneta del mismo color. Compartieron una misma mirada: se estaban acercando.


DesaparecidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora