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Las horas dentro del coche, pasaban lentamente. A veces se preguntaba si había tomado la decisión correcta. ¿Y si, por alguna razón, los policías vienen a mi casa para darme información sobre el caso y se encuentran con que no estoy?, pensó. Veía que el tiempo iba pasando mientras ella conducía por las carreteras desiertas. En su mente no hacían más que aparecer retazos de recuerdos sobre su hijo y Nick: los tres juntos mientras miraban los fuegos un 4 de julio, en sus cumpleaños abriendo los regalos, las buenas noches y los te quiero que se decían... El nudo en la garganta que antes había aparecido volvió, y esta vez con más fuerza. No podía permitirse hundirse. Encendió la radio y una emisora de jazz inundó el ambiente. Una melodía que conocía demasiado bien la transportó en el día que perdió a su marido. Una misma música para dos pérdidas. Cambió la emisora pero solo escuchaba canciones tristes de amores perdidos y de dolor. Escogió otra, y otra, hasta que decidió cerrar el aparato.

Abrió las ventanillas. Permitió que el aire de la madrugada se filtrara por el vehículo. Una lágrima escapó de sus ojos. Para, se iba repitiendo la mujer. Tenía que volver a ser la mujer fría que había sido cuando Nick murió. Su hijo estaba demasiado triste como para ver cómo su madre se hundía. Por eso prefirió hacerse la fuerte mientras estaba con Dylan y hundirse en la miseria en la intimidad de su habitación.

Tan absorta estaba con sus pensamientos, que tardó en darse cuenta que el teléfono sonaba. Alice miró la pantalla y se quedó blanca cuando leyó el nombre de Mamá. Había llegado la hora de explicárselo todo. Paró el coche en una zona de la carretera donde no pudiera molestar a nadie y lo cogió.

-Hola, cariño- empezó su madre- siento no haber podido contestar a tu llamada. ¿Pasa algo?

-Es... Dylan. Ha desaparecido- empezó a decir su hija.- Estaba durmiendo cuando la alarma sonó y... cuando entré en su habitación para asegurarme que estaba bien vi cómo lo secuestraban.

-Escúchame, Alice, ¿dónde estás ahora mismo?- preguntó Madison. Alice alertó que la voz de su madre sonaba muy tensa. Era como si supiera que ya no se encontraba en casa. Miente, pensó Alice.

-Voy a casa de una amiga, mamá- dijo su hija. Era mejor así. Como menos supiera Madison sobre su escapada, mejor.

-Quédate allí. Ya me encargaré yo de hablar con la policía o lo que sea que se tenga que hacer. Tú no hablarás con ellos ¿me entiendes?- su madre parecía enfadada. Pero lo más importante de todo era ¿qué era eso de que ella no hablara con la policía? Era su hijo, por Dios. Siempre había sido una mujer demasiado protectora con su hija. Cuando era joven y salía con los amigos de la facultad, su madre quería saber constantemente dónde estaba y con quién. Pero lo que había dicho, era pasarse.

-Es mi hijo y haré lo que crea que es lo correcto, mamá- respondió con aplomo su hija.

-Lo siento, hija, tranquilízate- empezó su madre.- Solo que sé cómo lo pasaste cuando Nick... bueno, solo quería que supieras que estoy aquí para ti. No quería ponerme demasiado sobreprotectora porque...

Pero su madre no terminó el discurso. Alice colgó a su madre. Puso el coche en marcha y siguió rumbo a Portland. Si antes tenía alguna duda de si estaba haciendo lo correcto, ahora lo sabía. Gracias a la "agradable" llamada de su madre, le había dado el suficiente coraje como para llegar a su destino. Aceleró hasta llegar al máximo de velocidad permitida. 

Horas más tarde, Portland le dio la bienvenida.

DesaparecidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora