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Alice intentó detener al intruso pero era más veloz que ella. En cuestión de segundos, se había internado en el bosque. La madre salió por la misma ventana que ellos y corrió como nunca antes lo había hecho. Gritó el nombre de su hijo hasta que la garganta le empezó a escocer. Pero fue demasiado tarde. Los siguió hasta que vio cómo una furgoneta verde se alejaba de su casa, con su hijo dentro del vehículo. Intentó seguirlo pero cada vez que corría, un dolor sordo le atravesaba los pies. Cuando el dolor fue insoportable, tuvo que parar. Hasta ese momento, no se había dado cuenta que iba descalza. Tenía las plantas de los pies ensangrentados por culpa de las pequeñas piedrecillas que se le habían clavado.

Regresó a casa y llamó entre sollozos a la policía. Les explicó lo que había pasado y le dijeron que no tocara nada, que enviaban una patrulla a su casa. Después de colgar estuvo dando vueltas por la casa, llorando desconsoladamente. Había perdido a su marido y ahora, su hijo. Eran pérdidas demasiado dolorosas para poder superarlas.

Diez minutos más tarde, la policía llegó a su casa. Se encontraron a una madre devastada, con los ojos rojos y llorosos, a punto de venirse abajo. Les indicó dónde se encontraba la habitación de su hijo, Dylan. Cuando abrió la puerta, tuvo ganas de llorar delante de los policías. Aun podía imaginarse a su pequeño, durmiendo con el pijama de camiones que le había regalado días antes y que tanto le gustaba. La estancia tenía estrellas brillantes en el techo para evitar que tuviera miedo de la oscuridad. Además, las paredes estaban pintadas de color azul y verde. Tenía una pequeña mesa con lápices y colores. Como si estuviera abandonado, encima del mueble, podía ver el dibujo que Dylan estaba haciendo para su madre, en el que se veían a dos muñecos, uno más grande que el otro. Debajo de cada uno, su nombre: el más grande decía Mamá y el pequeño Yo. El ambiente era frío porque un viento suave se colaba por la ventana abierta moviendo las cortinas, lugar por el que su hijo había desaparecido.

-Perdonad- dijo Alice- ¿os importa si me quedo fuera? Todo esto es... demasiado doloroso.

-Claro, no se preocupe- respondió uno de los policías. Nadie dentro de la habitación podía imaginarse el calvario que estaba pasando la pobre mujer.

Los policías inspeccionaron la habitación pero no encontraron nada. Alice los observaba mientras se preguntaba dónde estaría su hijo, si la necesitaría. Podía imaginárselo dentro de una furgoneta polvorienta, despierto y preguntando constantemente dónde se lo llevaban. Su nombre fue lo que la sacó del trance en el que se encontraba. Con un nudo en la garganta, levantó los ojos que se cruzaron con los de un policía, el más mayor de todos, que la observaba con pena y angustia.

-¿Nos puede decir si ha desaparecido alguna cosa del chico?- preguntó.

Alice inspeccionó la habitación y sí, faltaba una cosa muy importante para Dylan.

-Falta una mantita que la utiliza para dormir. Es de distintos colores y forman un laberinto. Se la regaló su padre.

-¿Dónde está su marido?- preguntó uno de ellos.

-Murió hace año y medio en un accidente Nosotros estábamos con él cuando nos hundimos en el río. Él tenía la mantita en sus manos... creía que era un amuleto- sonrió con lágrimas en los ojos.- Dijo que le protegería de cualquier cosa mala. Pensaba que su padre era un ángel y... que a través de la mantita nos protegía...- empezó a llorar y se fue a la cocina. Necesitaba un momento a solas para ordenar sus pensamientos. Cogió el teléfono para llamar a su madre, Madison, explicándole lo ocurrido. Seguro que ella sabría qué hacer. Pero nadie respondió. Sabía que sería complicado que cogiera su llamada pero tenía que intentarlo. Madison era jefa del Departamento de Psiquiatría de Canadá y una mujer que había conseguido una posición muy respetable.

Al segundo intento fallido, volvió a subir a la habitación de su hijo. La policía no encontraba ninguna prueba incriminatoria. Como los otros casos de secuestros, el agresor era listo. Le tomaron declaraciones y se despidieron, diciéndole que la mantendrían al corriente sobre todos los avances del caso.

Aquella noche no pudo dormir. Hacia las cuatro de la madrugada estaba harta de permanecer encerrada y salió a fuera. Inconscientemente, sus pies la guiaron hasta la ventana de Dylan, ya cerrada. Luego, siguió el recorrido que parecía que había hecho el secuestrador. O mejor dicho, la secuestradora. Había oído una conversación entre los policías.

-¿Crees que es La Sombra o un imitador?- empezó a decir uno.- Ya sabes que con todos estos secuestros, siempre aparecen locos que quieren reproducir al detalle lo que hace el original.

-No empecemos con La Sombra, Carter- contestó otro.- La Sombra solo es una mujer que se dedica a secuestrar niños y, como es tan sigilosa, se le ha puesto este asqueroso nombre. No creo que aumentar su ego, podamos salvar a los pobres críos. Además, mi instinto me dice que no es un imitador.

-Tienes razón. Bastante tiene ya la pobre mujer y ahora solo le faltaba esto- acabó por decir el que se llamaba Carter.

Con la conversación aun en la cabeza, Alice llegó hasta el camino donde habían desaparecido. No hacía más que preguntarse dónde estaría Dylan y, si en aquellos momentos, estaría asustado. Seguro que sí, pensó la madre, abatida.

Con lágrimas en los ojos pensando en la última vez que le había visto, cuando le había arropado mientras le besaba en la mejilla y le decía buenas noches, supo que tendría que investigar por su cuenta. No veía a la policía capaz de resolver todos aquellos secuestros. Volvió a su casa con determinación, pensando que era mejor investigar aunque no consiguiera nada que esperar sentada pendiente del teléfono esperando unas noticias que puede que nunca llegaran. Su hijo la necesitaba.

Cogió todo lo que consideraba necesario y lo puso en una mochila. Cogió dinero y dejó un mensaje a su jefe diciéndole lo ocurrido y que se tomaba dos semanas de descanso. Cogió las llaves del coche, el móvil y se fue. Tendría un largo trayecto hasta Portland. Cuando llegara, hablaría con la madre de Samantha. Esperaba que accediera a hablar con ella y contarle todo lo que había pasado.

Puede que volviera a su casa sin ninguna información o que, por el contrario, estuviera más cerca de encontrar a su pequeño. Todo dependía de lo que pasara en Portland.


DesaparecidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora