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Ya en su casa, puso el papel sobre la mesa. Había dos dibujos: el primero era un faro y el otro, una cabeza. En la esquina inferior del papel había un número: el 207. Aquel número le sonaba de algo pero no sabía de qué... hasta que, con el ordenador abierto, lo buscó y vio que era el prefijo de Maine. Ya tenía una parte de la solución. Siguió buscando información sobre los faros que estaban ahí pero se dio cuenta que había unos 60 faros. ¿Cómo pretendía que descubriera dónde estaban? No estaba para juegos. Sabía que cada minuto que pasaba, perjudicaba a su hijo y al resto de niños, claro que primero tendría que descubrir si le había dado una pista o bien la había conducido a un callejón sin salida. Estuvo mirando los nombres de los faros por si alguno le decía algo: Whakeback, Neddick, Pemaquid, Portland Head... Alice se detuvo en ese último. Portland Head... Y la imagen de una cabeza que había dibujado aquella mujer apareció en su mente. ¿Se podría tratar de aquel faro? Imprimió la dirección y la guardó junto a la mochila. Iría a visitarlo. Aunque, pensándolo bien... ¿cómo es que nadie había oído a los niños?

Mientras se estaba preparando para salir, oyó el sonido de un coche. Miró por la ventana y vio el coche de su madre. Decidió salir por la puerta de atrás al mismo tiempo que su madre entraba.

-Hija, ¿dónde estás?- preguntó.

Alice no contestó. Con sigilo, cerró la puerta y subió a su coche. Lo siento mamá, pero tengo que hacerlo, pensó. No podía contar con ella. Estaba sola. Arrancó el coche y se fue rumbo a Maine. Cuando giró, observó por el retrovisor que su madre salía corriendo de casa.

Su móvil sonó. No era necesario mirar quién era porque ya lo sabía. Volvió a llamar tres veces más hasta que Alice apagó el teléfono.

Estuvo conduciendo hasta llegar a Cape Elisabeth, lugar donde se encontraba el faro. Por lo que había leído, era el faro más antiguo de Maine. El paisaje le dio la bienvenida. La construcción se encontraba en un terreno rocoso, donde las olas rompían violentamente y solo se podía llegar en barca. Era precioso. El problema era que según las indicaciones de aquella loca, los niños deberían de encontrarse dentro. Quería llamar a la policía pero sabía que no la creerían. Así pues, tendría que hacer todo lo posible para poder llegar hasta allí. Un suave golpe a su espalda, la asustó. Se giró y vio a un anciano con un bastón que le sonreía amablemente.

-Siento asustarla, señora- dijo-.

-Solo estaba mirando el faro. ¿Cómo podría llegar hasta allí? Tengo de hacer un reportaje sobre el faro y quisiera ir -mintió.

-Bueno, señora, hoy no podrá ir ya que el mar está muy movido. Además tiene de pedir permiso a su propietario, el señor Collins para que la lleve. Vive a unos diez minutos de aquí. Se puede reconocer su casa perfectamente.

-Gracias, señor. Adiós- acabó Alice. Tendría que hacer una visita al señor Collins.

Se despidieron y se fue con el coche. Era imposible perderse por aquella carretera. Al cabo de unos diez minutos, la carretera se dividía en dos: si se iba todo recto, se llegaba a la ciudad pero, si giraba a la derecha, llegaba a la Propiedad de los Collins, como decía un cartel ya antiguo.

Así pues, giró a la derecha y un caminito de tierra la condujo a una modesta casa que antes debía de ser una granja. Había un viejo Mustang del 64 aparcado debajo de un porche de madera.


DesaparecidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora