Correspondidos.

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—Me gustas.

—Bien por ti.

—¿Eso es todo lo que dirás?

—¿Gracias?

—Sé que te gusto.

—Es obvio que te estás confundiendo.

—No, no lo hago. Cada vez que te miro lo puedo ver en tus ojos y también lo noto en tus nerviosos movimientos.

—No digas estupideces.

—Te gusto, tanto como tú a mí. Incluso me atrevería a decir que me quieres. No pongas los ojos así, sabes que solo digo la verdad.

—No, no lo haces; mientes. No puedes decir que sabes lo que pienso o lo que siento, porque no lo sabes, no sabes nada.

—Pero he visto la forma en que tus pupilas se dilatan cada vez que conectamos nuestras miradas. Eso, cariño, te delata, no puedes negarlo, sientes algo por mí y no lo quieres admitir.

—¡Ya deja de decir esas cosas!

—¿Por qué?

—Porque ya no quiero oírlas.

—Entonces dilo.

—¿Qué cosa?

—Di que te gusto, di que me quieres.

—¡No me gustas, no te quiero! Entiéndelo, maldita sea. No te correspondo. Supéralo.

—¡No te vayas!

—¡Cállate! Ya no quiero seguir hablando contigo, no hoy, ni mañana, ni nunca más. Solo... olvídame, olvídate de todo.

Entonces ella se fue, asustada, queriéndolo. Jamás se lo diría y se obligaría a olvidarlo. 

Estúpidas estupideces del amor.


Escrito por Ignacia Bastías (Blue_Neptuno).

Entre letras y caricias.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora