31. Ojos color cielo

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Edeline Radetti.

Una semana después.

Sabes que las cosas no van bien cuando escuchas el eco de tu corazón retumbar en las paredes de la

habitación y es eso el único sonido a la redonda.

No he querido hablar con nadie. No he querido ver a nadie. Una semana recluida en mi habitación, las únicas personas con las que he mantenido contacto son Jia y Chang pero incluso cuando ellas entran no cruzamos palabra.

Pareciera que los últimos meses de mi vida fueron sólo una larga y triste pesadilla.

El ejército Anesi ha desaparecido en su totalidad, aunque nunca se supo cuál era su base se dice que ya no existe. No creo que Enrico se haya dado por vencido así de fácil, pero mis padres se encargaron de engañar al pueblo una vez más.

Buscaron a un pobre hombre y enfrente de cientos de cámaras lo obligaron a admitir que era Enrico Anesi, que aceptaba todas sus faltas y después le metieron una bala directo al cerebro.

Esa tarde sólo reí.

Aquel hombre ni siquiera se parecía en algo a Enrico, pero el pueblo de Italia lo creyó.

Y sin líder, una rebelión no tiene destino.

Carson ni siquiera ha querido acercarse a mi puerta, no tiene intenciones y eso es bueno, porque de tenerlo frente a mí ya le hubiera sacado los ojos.

He escuchado los murmullos de los sirvientes, dicen que soy la princesa que perdió la cabeza. Soy la princesa loca.


Quizá no se equivocan.

Quizá sí lo hacen.

Pero no interesa.

Entro al cuarto de aseo y abro el grifo del agua. Me paro frente al espejo que rompí hace tres semanas, éste me devuelve la mirada extraña de alguien que solía ser yo. Me siento vacía, me siento enjaulada de nuevo. Me doy asco, de odio, odio todo lo que me rodea.

Mi cabello es un horror, las puntas son rubias y las raíces vuelven a mi tono oscuro, me hago una coleta alta y sin más estiro la mano hacia uno de los trozos de espejo roto para llevarlo a mí, veo en el reflejo cómo la puerta se abre.

―Feliz cumpleaños ―dice Carson. En manos lleva un pastelillo de chocolate y una vela rosada encima de él.

«Te amo, y cuando llegue el momento debes recordarlo».

Sus ojos brillan como si ante él estuviera algo envidiable, pero sólo estoy yo.

―Edeline ―avanza unos pasos llevando por delante el pastel―, sopla la vela.

―¿Y pedir un deseo? ―pregunto yo sarcásticamente―. No seas estúpido, Carson. Los deseos no se cumplen ―digo usando sus propias palabras.

Sus hombros caen al escucharme, pierde aire y sus pasos se detienen.

―Petite...

Me giro a verlo y camino hasta él y ahora soy yo la que toma la vela entre mis manos y la hunde dentro del pastel, sin despegar la mirada de sus ojos.

―Nada de "petite" ―aprieto la mano en la que tengo el trozo filoso de espejo y pronto comienzo a sentir pequeñas punzadas antes de que la sangre salga.

―Ya no eres mi amiga ¿cierto?

―Tú nunca fuiste el mío ―afirmo.

Suelto el espejo y chocando contra el suelo se hace trizas, golpeo con el hombro a Carson apartándolo

Sin alas © || [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora