4. Extremos diferentes

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―¿Estás despierta? Hey, ya deja de holgazanear, abre los ojos... Muñequitaaa...

      ¡Iugh! ¡Muñequita! ¿Pero quién se atreve a lla... marme así? ¡Demonios! La imagen de un grupo de hombres apuntándome me invade, seguida del rostro de ese chico antes de que él me golpeara.

      Abro los ojos y lo primero con lo que me encuentro es una mirada profunda y negra.

       ―¡Muñequita! ―grita irónico el chico que está acostado a unos centímetros de mí―. Estás despierta, buenos días ―agrega con emoción falsa.

      Me siento de golpe aterrorizada.

      El chico que me golpeó la cabeza con su rifle antes de que perdiera el conocimiento está acostado a un lado de mí apenas usando unos boxers blancos. Tiene los brazos cruzados tras su cabeza mostrando su cuerpo fuerte y marcado como si fuera uno de esos dioses griegos en los que creían algunos en el pasado.

      ―Calma, muñeca. Estás a salvo ―me recorre con la vista y se detiene en mi cuello, después sonríe divertido―, a menos que... ―deja a medias la frase y se acerca hacia mí.

      Mi corazón late desesperadamente, quiero saber de inmediato qué rayos está pasando.

      Salto de la cama de un movimiento, y es cuando noto que llevo puesto una sudadera al menos cuatro tallas más grande.

      No tengo nada más.

      Logro escaparme de las manos de ese tipo y él ríe divertido.

      Yo no puedo más.

      ― ¡Deja de reírte! ¡No entiendo por qué lo haces! ―grito.

      Él se arrastra hasta en final de la cama y se para frente a mí.

      Es más alto que yo, tengo que levantar la vista para verlo ¡que idiotez! En mi vida he visto a nadie hacia arriba.

      Él baja la vista y posa sus ojos negros sobre mí.

      ―Bueno, si vieras tu cara también te reirías ―dice y da un paso para acercarse a mí.

      Mis instintos me dicen que corra y que grite, pero no lo hago.  

      Él levanta su brazo hacia mí, y me quita un mechón de la cara.

      Yo le aparto de mala gana su mano.

      ―No me toques ―le dejo en claro.

      Suspira y retrocede.

      ―Primero, querida ―inicia con voz dura, ya no hay rastro de su risa anterior―, no me levantes la voz. Tú vida depende ahora de mí.

      ―¿Mi vida? ―pregunto incrédula. Pero ¿qué esperaba?

      ―Segundo ―dice pasando de largo mi pregunta―, no hagas que me harte de ti. O te arrepentirás.

      Me da la espalda y camina hacia la esquina de la pequeña habitación con paredes cafés.

      Ahora estamos en extremos diferentes.

      No sé quién es este tipo, ni qué quiere o piensa que puede obtener de mí, pero yo no me someteré ante nadie.

      Toma del suelo alfombrado su ropa, se pone un pantalón azul marino después mete los brazos en una camisa blanca y por último toma un saco del mismo tono del pantalón pero no se lo pone.

Sin alas © || [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora