No. No. No. Me niego a darle crédito a lo que mis ojos están viendo. No puede ser verdad porque… porque ¡simplemente no puede serlo! Vuelvo a levantar la cara. Aun no quiero abrir los parpados, pero sé que debo hacerlo, porque cerrar los ojos, ignorar los gritos, dar media vuelta y no volver nunca más no va a hacer que esto deje de ser verdad.
Cuento hasta tres mientras tomo aire.
Uno. Dos. Tres.
Y ahí vuelve a estar esa escena tan horrible que me niego a creer.
Después de que Garnett me condujera discretamente hasta la bodega del lugar donde me tiene raptada, me mostró lo que yo podría llamar un tesoro. Aun teniendo todo toda mi vida jamás había visto un automóvil. Mis padres viajan en carruajes, y tanto ellos como yo pensábamos que estos artefactos estaban olvidados en la historia.
Nos equivocamos.
Los Anesi tienen los últimos automóviles, quizá de todo el mundo.
―Di algo ―me exige Garnett desde el asiento del conductor.
Ninguno de los dos nos hemos bajado.
Estoy aterrada.
―Yo… ―la voz se me va.
¿Qué debo decir? Estamos en la costa este de Italia, el agua de la mar es de un color negruzco y espeso; sé que antes no era así, que el agua era clara e incluso se podían meter a ella. Me hubiera gustado ver eso.
Esta amaneciendo y nuevamente el sol se ve brumoso. En el palacio jamás se vio así.
El palacio era un paraíso.
Pero también una jaula.
Barcos enormes están encallados en la orilla esperando el “cargamento”, o sea, personas con cadenas en los tobillos y muñecas, enlazados uno con el otro que caminan sin detenerse a estos. Sus manos sangran. Su ropa está rota y sucia. Si no fuera porque las mujeres llevan vestidos que les llegan hasta las rodillas no podría distinguirlas de los hombres. Les han cortado el cabello hasta la nuca.
―Esto es lo que han estado haciendo tus padres por años y años con la gente de Italia.
―Pero...
―Si yo te hubiera dejado donde te encontré y aunque hubiera logrado que los soldados que iban conmigo no te hicieran nada, tu destino ahora sería el mismo que el de ellos ―dice con voz ronca―. Las personas hacen lo que sea para salvar a sus hijos.
―No entiendo ―digo. Mi voz suena en un hilillo.
Estamos escondidos tras algunos botes de desechos industriales y es por eso que no nos ven desde los barcos, supongo que eso es bueno.
―Dime qué sabes del país que tenías pensado gobernar ¿de su gente? ¿Su sociedad?
Quiero responderle, hacerle frente pero las únicas cosas que sé de Italia son del pasado.
Bajo la vista aceptando una derrota más ante Garnett.
―"El pueblo de Italia se verá obligado a engendrar cinco hijos por matrimonio. El primogénito deberá ser criado para cumplir el mismo proceso que sus padres, lo que indica buscar un compañero de vida para procrear a las nuevas generaciones, los cuatro hijos restantes al cumplir quince años cada uno serán entregados a la familia real aceptando su deuda con el país y estando de acuerdo en saldarla. Si hubiera alguna objeción en cumplir con lo que la ley dicta, el matrimonio podrá pagar la deuda correspondiente por hijo en monedas de oro. Si ninguna de estas opciones es cumplida los ciudadanos serán tomados por traidores a la corona y condenados a morir"―pasa saliva y se gira a verme―. La familia Radetti estableció esta ley desde hace cincuenta y dos años. Tus padres no la quitaron al tomar el poder, a ellos no les importa la gente del país. Por eso mi padre, gente que esta cansada de este abuso y yo hemos hecho un ejército para acabar con esto. Para acabar con tu familia. Para acabarte a ti, Edeline.
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Sin alas © || [TERMINADA]
Science Fiction¿Amor? Déjate de estupideces. ¿Familia? Está muerta, al menos para mí. ¿Paz? Desearás tenerla, porque juro que te acabaré. Mi nombre es Edeline Radetti, hoy es mi decimoséptimo cumpleaños y el día de mi coronación, soy la heredera del trono de...