Estefan Montelli.
Edeline camina justo por la mitad de la calle abrazando llena de fervor un libro, está volviendo a la casa del duque muerto pero sus pasos son pesados, no quiere avanzar. Ella piensa que nadie la ve, lo sé porque se permite bajar la cabeza y posar su mirada llena de luz al suelo, débil, temerosa, perdida; cuando no tenemos que aparentar ser de una manera frente a nadie más somos nosotros mismos, los reales, los que ocultamos de todos.
Una bola de nieve viaja rápido hasta su hombro, me pongo en alerta y aprieto los puños en espera de no tener que salir de mi escondite y ella se entere de que estoy aquí. Aunque a decir verdad, siempre estoy para ella, sin importar que no me vea.
Suelo callar, alejarme y mantenerme en las sombras, ese es mi trabajo, por ello me paga el rey de Francia.
Es sólo trabajo, trabajo y nada más.
Sí, he salido y la he seguido por eso, por trabajo pero no para cuidar que le hagan algo a ella, no, sino para cuidar al mundo de Edeline, si ella quisiera podría hacer desaparecer al universo entero en un abrir y cerrar de ojos.
Ya la he visto destrozar a otros con menos.
Una bola de nieve más choca contra su pierna, la princesita escanea la calle en busca de su atacante, yo la imito y una risita dulce viaja en el viento, no hay peligro realmente o eso creo, Edeline toma un poco de nieve y avanza de manera felina, el dueño de la risa avienta otra bola más contra ella y Edeline responde, una niña de no más de cinco años suelta carcajadas grandes tirada en la nieve.
La princesa no se detiene y recoge más nieve, forma una bola y la avienta contra la niña que no para de reír, Edeline se muerde un labio divertida, sus mejillas se enrojecen, da un paso en falso y cae ahora acompañando a la niña.
La pequeña de cabello color miel lanza desesperada lo poco que sus manos diminutas agarran hacia la cara de Edeline, entonces suelto una carcajada que me encargo de callar de inmediato.
No me han visto.
Ambas chicas parecen estar bien, felices, completas, son como deberían ser las cosas, dos niñas, una de dieciséis y otra de cinco o seis años, jugando con bolas de nieve, esa debería ser la única guerra que tendrían que conocer.
No la real, no la que tiene balas con pólvora y sangre, no en la que hay muertos y lágrimas en lugar de caídas y risas.
Ellas me recuerdan lo que mis padres me han dicho por años, contándome sobre lo que era el mundo antes de la Tercera Guerra, ellas me hacen la razón por la que Rebecca, mis otras hermanas, mis padres y yo llegamos a ser parte de los Anesi.
Jamás jugué con nieve, pero conocí a alguien antes que hubiera amado hacerlo, Aria. Mi hermana, esa niña que los malditos reyes obligaron a papá y mamá a entregar, esa pequeña que no hacía más que alegrar a todo aquel que la viera. De nada sirvió, al final no pudo escapar del futuro.
Ella sólo era un año menor a mí, doce meses de diferencia fue lo que me salvó, ella no debió irse, nadie debió. Suelto aire sintiendo como mis músculos se han tensado de pensar en aquella persona que extraño tanto, duele estar separado de alguien que amas y duele aún más saber que jamás la volverás a ver.
Vuelvo mi atención a Edeline y la niña, se han parado y ahora parecen platicar, la princesa no puede evitar sonreír con lo que la pequeña le dice, creo que se están tratando de convencer de algo mutuamente, la niña gana, Edeline gira dándole la espalda a el destino que tenía hasta hace poco, la niña se echa a correr y la princesa la sigue.
Cada vez se alejan más de mí y mientras las veo hacerse pequeñas por la calle trato de convencerme de que lo mejor es volver, de dejarlas ir solas, que esto no es una trampa para hacerle algo a la líder del ejército que atacó la provincia. Trato pero ya que una idea se ha metido a mi cabeza no logro sacarla en mucho tiempo.
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Sin alas © || [TERMINADA]
Fiksi Ilmiah¿Amor? Déjate de estupideces. ¿Familia? Está muerta, al menos para mí. ¿Paz? Desearás tenerla, porque juro que te acabaré. Mi nombre es Edeline Radetti, hoy es mi decimoséptimo cumpleaños y el día de mi coronación, soy la heredera del trono de...