La lealtad absoluta no existe

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Su largo cabello azabache danzaba junto con el viento y los pétalos blancos de las rosas que se desprendían lentamente al compás. Tenía la mirada perdida en el cielo azul, que extrañamente admiraba desde arriba, a diferencia de los humanos. Sentía un poco de envidia por ellos, sus vidas eran mucho más entretenidas que la suya, más fáciles, y sus problemas eran totalmente insignificantes en comparación a los suyos.

Habría dado lo que fuera por pertenecer a ese mundo, pero eso nunca había formado parte del plan que Dios le había dado en un principio, aunque a veces parecía que nada de lo que había hecho durante su extensa vida formaba parte de ese plan. Se la había pasado rompiendo las reglas por millones de años, pero ahí estaba, en un palacio blanco hecho especialmente para él, era como si su superior ignorara sus errores todo el tiempo con tal de quedar bien parado.

Siendo realistas, había sido una gran equivocación y una gran ironía el crear a un ser que se encuentre entre el cielo y la tierra, con los mismos sentimientos y debilidades que poseían los humanos, para terminar prohibiéndole que use sus emociones. Pero Dios no admitiría su error, no podía, eso arruinaría su tan imponente imagen frente a sus seguidores, por eso elegía ignorar lo que él hacía, aunque se tratara de romper sus tan preciadas reglas.

Entonces repentinamente sus reflexivos pensamientos se vieron interrumpidos por la peculiar fragancia que llevaba consigo la corriente otoñal. Lo conocía muy bien al punto de que no le molestaba en absoluto, cosa que no ocurriría con cualquier otro shinigami. El típico aroma a demonio impregnaba el aire con fuerza haciéndose notar, aunque este quedaba en segundo plano por debajo de un dulce perfume masculino.

-¡Hadeeeees!~.- el azabache agitaba los brazos energéticamente mientras corría acercándose a toda prisa.

-Espero que tengas buenas noticias.- dijo sin prestarle mucha atención.

-¡Que grosero! Es de muy mala educación el no saludar a alguien que vino a verte desde tan lejos, ¿sabes?.- dijo señalándolo para expresar su enojo.

Hades se resignó a suspirar lentamente y le dirigió la mirada sin mucho esmero.

-Buenos tardes, Lucero. Tiempo sin vernos, ¿tienes alguna información que me sea útil?

-Eso me gusta más, no era tan difícil deci...espera, ¡¿ME LLAMASTE LUCERO?! ¡¿CÓMO TE ATREVES?! Si me vuelves a llamar así te juro que...

-No te aguantas una, eres peor que un niño...

-¡Soy mayor que tú! ¡Y sabes muy bien que detesto que me llamen de esa forma tan cursi!.- hizo un puchero infantil contradiciendo sus palabras.

-Ya, Lucifer, no te enfades. Además nos estamos yendo de tema, dime de una vez lo que nos interesa.

-¿Quieres las malas noticias o las muy malas?.- dijo en un tono seductor.

-Las malas.- respondió ignorando el cambio repentino de actitud.

-Bieeen~ parece que nuestras sospechas eran ciertas y el ataque ya está planeado.

-¿Para cuando?

-De hecho, esas son precisamente las muy malas noticias...es en una semana.

~*~*~

((Despacho Shinigami))

-Wiiill~.- dijo la parca roja entrando en la oficina sin tocar la puerta como de costumbre. Con una destreza felina logró sentarse sobre el regazo de su jefe para rodearle el cuello con los brazos, estaba emocionado, y se notaba a kilómetros de distancia.

-¿Pasa algo?.- preguntó el mayor con curiosidad.

-Quería hablar contigo sobre algo muuuy importante, verás, como mi padre no estará en la boda, y Brendan* obviamente no asistirá, le pedí a mi abuelo que me acompañe hasta el altar, y me haría muuuuy feliz que se conocieran antes de que nos casemos.- el jengibre hablaba a la velocidad de la luz pero, sorprendentemente, el mayor comprendió cada palabra.

Las Espinas de la muerte (Grelliam)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora