A dos centímetros

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Sé que ahora ya no es mío, que no puedo decirle cuanto lo amo, que no puedo recordarle todas sus virtudes hasta hacer que ame sus defectos, de la misma forma en la que los amo yo. ¿Pero sabes cuál es el problema? Que se ponía a dos centímetros de mí y me daban ganas de comérmelo a besos, él mantenía su mirada en mí mientras que yo no lo miraba a los ojos, pero cuando yo dirigía mi mirada hacía aquellos ojos que me tenían enamorada, él retiraba la mirada clavando levemente otra espina en mi corazón. Ese pequeño órgano que tenía escrito su nombre en cada célula que lo formaba. Se supone que el corazón no siente, pero bien que se aceleraba cada vez que veía tu nombre, que oía como alguien lo pronunciaba, y bien que se paralizaba durante milésimas de segundo cuando te veía pasar por delante de mis ojos. Pasado el tiempo me planteaba y recordaba ese instante como si una escena de mi película favorita se tratase. Y es que era como si supiese que si nos mirábamos los dos a los ojos, dejando reflejar todos los sentimientos que estos expresaban, pasaría algo. Como si se fuese a dar cuenta de que me quería, de que aún lo hacía, de que me extrañaba, de que él también tenía las mismas ganas de besarme, aunque fuera por última vez.

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