Henrie me tiende la mano para que me levante y el camarero también se incorpora con una cara de felicidad poco normal.
- Tiene que perdonarme señorita, es el amor que me desconcierta - se disculpa y empieza a limpiar el desastre.
Me sacudo, pero el tomate y el queso de los macarrones se queda en mi camisa.
Nos piden disculpas por lo ocurrido y a mí me invitan al almuerzo.
- ¿Qué miras? - le pregunto a Henrie.
- Tienes una hoja de lechuga ahí.
Señala la abertura de mi camisa que en estos momentos enseñaba un poco el sujetador. La saco rápidamente de ese lugar y el rojo viene a mis mejillas. Él sonríe y me aparta otra del pelo.
Nos volvemos a sentar y comemos un poco.
- No me da tiempo a ir al piso a cambiarme y volver. La profesora tiene tanta prisa por dar las clases que casi no hay tiempo a comer.
- Ya, suerte que solo son dos días a la semana. ¿Hay alguna tienda abierta?
- A estas horas solo las del centro comercial, pero eso me lleva el mismo tiempo que ir al piso.
- Espera, - Henrie se saca la camisa de cuadros que tenía por encima de una camiseta negra - si quieres te la dejo.
¿Ponerme su camisa?
- Pues...
- Venga, que seguro que te queda genial - me la lanza y la cojo.
- Gracias - camino hacia el baño donde me peino el pelo, me lavo la cara y me visto con su camisa, evidentemente es unas cuantas tallas más de la que uso, pero aún así es perfecta. Huele a él.
Mi camisa manchada prefiero tirarla antes que andar con ella de paseo, además no soy muy buena sacando manchas así y no voy a llamar a mi madre para que me de un tutorial de cómo sacar el almuerzo de la ropa.
- Ya estoy, gracias me has salvado la vida.
- No es nada, ¿ves?, tenía razón. ¿Por qué a las chicas os queda tan bien nuestra ropa?
Por favor, Henrie, para, si sigues así mis mejillas se quedarán coloradas para siempre y me llamarán "la cara escarlata".
- ¿Nos vamos? - intento que deje de mirarme.
- Sí.
Ahora me acuerdo.
- ¡Mia! Vaya amiga que soy, seguro que ya está en el piso, voy a llamarla.
A Henrie se le borra la sonrisa que tenía y asiente:
- Mientras voy al baño.
Yo salgo afuera.
Llamada telefónica:
Mia: Hola.
Yo: Iba detrás de ti, pero el camarero me tiró dos platos lleno de comida y me puso perdida. Y lo peor de todo es que le pasó lo mismo que el chico del autobús y...
Mia: No me importa.
Yo: Lo siento, ¿estás bien?
Mia: Pensé que estabas de mi lado, ¿por qué empezaste a toser cuando se lo dije? Es como si te extrañara.
Yo: Me sorprendió lo directa que fuiste, además, sirvió de excusa para ir al baño y que pudiérais hablar.
Mia: Ya, para lo que me dijo...
Yo: ¿Qué vas a hacer?
Mia: No volver a hablarle.
Yo: ¿Cómo?
Mia: Es lo mejor, ahora creo que tampoco podemos ser amigos. Y tú deberías hacer lo mismo.
Yo: ¿Y qué tengo que ver yo en todo esto?
Mia: Eres mi amiga.
Yo: También suya. Son vuestros problemas, no me metas en esto, no quiero perderos a ninguno de los dos por una tontería.
Mia: ¿Le llamas tontería a mis sentimientos?
Yo: No, mira, hablamos cuando llegue, Henrie va a venir y no quiero que nos escuche hablar de esto.
Ella cuelga.
En efecto, Henrie sale en ese momento.
- ¿Qué tal? - se preocupa.
- Creo que está enfadada conmigo.
- Y es por mi culpa, - niego con la cabeza, pero él continúa, - es que ella no me gusta como novia. Es una amiga genial muy extrovertida con la que te ríes un montón por sus obsesiones, pero nada más. No puedes hacer que el corazón vaya por el lugar que no quiere.
A no ser que Cupido te lance una flecha.
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Matar a Cupido
FantasyEmily y Mia son dos mejores amigas que no podrían ser más distintas, pero que les gusta el mismo chico, Henrie. Todo parece una historia normal hasta que ven la película: "¿Te lanzo otra flecha?", a partir de la cual, todo a su alrededor parece una...