- De alguna manera tendré que vengarme.
- ¡Pues hazlo con quien debes! ¡Plántale cara a tus superiores y deja en paz a toda esa gente que no te han hecho nada! - Comienzo a llorar pensando en Chace, en Hailee, me cubro la cara para no ver al monstruo que tengo delante.
- ¿Ah no? - Acerca una silla y se sienta en frente de mí. - Si vosotros, mortales idiotas, siguiérais el rumbo que marcan mis flechas, seríais felices y encontraríais el amor muy rápido.
- A mí me han dicho que no todo el mundo te necesitaba para enamorarse.
- Te han mentido, al igual que muchas otras cosas. Mato gente, sí, pero mis flechas no están envenenadas, son las mismas de siempre. El problema son los humanos, que se niegan a obedecer lo que les dicta la flecha y eso provoca una reacción en el cerebro de confusión, locura y la posterior muerte.
- No te creo.
- Lo que quieras - Cupido se levanta y de pasea despacio a mi alrededor, cabilando. - Recuerdo cuando decidí que tú y Henrie estaríais destinados a estar juntos, el día que os conocísteis ya tenía pensado que seríais tal para cual, pero no arrancáis.
¿De verdad estoy hablando de mi vida amorosa con Cupido?
- ¿Entonces tú me lanzaste una flecha?
- Por supuesto, y a Henrie. Pero en aquel entonces las flechas no fallaban y ahora, provocan la muerte.
- Pues para.
- No quiero, yo también he sufrido por amor.
- ¿Estás enamorado?
- Pues claro.
- ¿De quién?
Cupido se rasca la barbilla.
- No la conoces, es una diosa del Olimpo. Y ahora no podré ni verla, no me dejarán entrar.
- ¿Entonces te vas a dedicar a matar gente?
- Lo has pillado, hasta que se cansen de mí y me perdonen.
Abro mucho lo ojos:
- ¿Y no es mejor opción explicarles lo arrepentido que estás?
- Ese mundo no funciona así.
Suelto aire muy fuerte por la boca, agobiada con este dios que parece bueno, pero no lo es.
- ¿Puedes soltarme? ¿O me vas a tener aquí hasta que me pudra?
Cupido se ríe:
- Nunca pensé que una humana me hablaría de esta forma, creía que me tendrías más respeto. De hecho, tú fuiste la primera humana con la que hablé.
- ¡Qué bonito! - Exclamo en tono irónico. - ¡Pero déjame irme!
- ¿Sabes una cosa? - Acerca la silla en la que se había sentado más a a mí. - Te pareces a Sheilda.
- ¿Quién es esa?
- La diosa del tiempo, de la que estoy enamorado, cuando se enfada lanza unos truenos contra la tierra que son una pasada. Y tú creo que también tienes genio.
- Ya..., pues creo que si me tienes aquí atrapada se puede enfadar.
- Ella no lo sabe. - Se queda observándome. - Sí, tienes los mismos ojos.
- Puede que seamos primas lejanas - bromeo en esta situación tan incómoda.
Se aproxima más a mí y cuando lo tengo apenas a medio metro, saco rápidamente una jeringa del bolsillo de mi sudadera y se la clavo en el cuello. Él grita de dolor. Esto no lo matará, pero lo tendrá entretenido el tiempo suficiente para que yo pueda escapar y llamar al resto, que tienen las armas mortales. Esto sólo era para usar en caso de emergencia. Espero que no hayan perdido este tiempo en buscarme, sino en ayudar a las personas que estaban bajo los efectos de Cupido.
Todo está muy oscuro, busco la única puerta que hay y salgo, creo que estoy en un piso subterráneo, sí, en unos garajes. Corro todo cuanto puedo y subo las escaleras hasta el exterior. Mi universidad está justo al lado, no tengo móvil para llamar, así que entro. Seguro que mis compañeros todavía no se han ido, aquí hay muchos afectados. Camino ahora por los pasillos intentando recuperar el aliento, Cupido no tardará en alcanzarme.
De repente siento una mano que cubre mi boca.
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Matar a Cupido
FantasyEmily y Mia son dos mejores amigas que no podrían ser más distintas, pero que les gusta el mismo chico, Henrie. Todo parece una historia normal hasta que ven la película: "¿Te lanzo otra flecha?", a partir de la cual, todo a su alrededor parece una...