Abuelo caucho

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Tres semanas después...

-Sabrina, cariño, hoy es tu primer día de escuela. Llegarás tarde.-
Me despertó mamá en un suave tono de voz. Yo bufé fuertemente, para que mamá me oyera, y luego me tapé la cara con mis cobijas. Claramente, no quería ir a la escuela. Estaba muy ocupada pensando en cómo iba a sobrevivir mi primer día sin nadie con quién estar, o compartir mis pensamientos. Si no hablo con nadie en los descansos o incluso en clase, podría llegar a volverme totalmente loca.

Después de unos pocos minutos que mi mamá usaba para intentar levantarme, al fin me di por vencida, y salí de la cama dándole una risita pícara a mamá. Ella se cruzó de brazos, y se paró con su pierna derecha soportando todo el peso de su tronco, y su pierna izquierda tocando el suelo con tan solo la punta de su pie, para ponerse en una pose que comunicaba que esperaba algo con ansias, y ese algo, era que me metiera a bañar. Sonreí divertida, y me dirigí al baño de mi habitación. Mamá me siguió con su mirada pícara, hasta que cerré la puerta del baño. Pude sentir que ella solo se fue hasta que abrí la llave de la ducha. Obvio, para joderme.

Se preguntarán, ¿qué ha pasado en estas semanas? No mucho en realidad. Apenas puse un pie en el aeropuerto de Boston, no sentí lo que creí que sentiría. Sentí todo lo contrario, o sea, alivio. Aún no tengo idea de por qué. Tal vez necesitaba un cambio, solo que me estaba resistiendo a ejercerlo.

(...RECUERDO...)

-Nos estamos preparando para el aterrizaje.-
Oí decir al capitán en inglés, y luego en español. Sentí un alivio que me atravesaba de la cabeza a los pies.  Este vuelo fue el peor vuelo que he vivido en mi vida. Primero, casi lo pierdo por culpa de la abuela y sus malditas galletitas, las cuales por ser tan deliciosas, yo no podía parar de comerlas, y casi no me despegan de mi plato. Y claro, mi abuela con su cara de malota y su delantal de florecitas.
Segundo, hubo tanta turbulencia que tuve que vomitar en una bolsa. Aún tengo el asqueroso sabor ácido que deja el condenado vómito. Y tercero, quedé en una fila diferente a la de mis padres, y quedé con un obeso baboso al lado, el cual traía alitas de pollo para comer durante el vuelo, y obviamente, olía a salsa BBQ y restos de alitas con papas. Y como seguro imaginan, el jodido gordo comía como cerdo y me salpicaba toda la salsa a mí. Díganme. ¿¡Quién jodidos hace eso!?

Bueno el punto es que al fin llegué a Boston, y estaba lista para salir del avión.
Cuando estaba justo frente a la puerta, cerré los ojos y tomé aire por un segundo, preparándome para lo que sentiría cuando pusiera un pie en ese aeropuerto. Imaginaba que sería horrible. Tristeza y furia atravesándome todo como si fueran autos de carreras los cuales el día de hoy correrían en mi cuerpo.

Solté el aire, y bajé del avión. Para mi sorpresa, no sentí dos autos de carreras chocándose como si no hubiera un mañana. Sentí lo contrario. Una honda de alivio pasando de mi cabeza hasta el dedo gordo del pie. Sentí felicidad, no tristeza. Sentí buen humor, no furia. Ambos recorrían mi cuerpo como dos arco iris que se acababan de formar. 
Después de un rato de sentir eso, me puse a pensar. ¿Por qué carajos siento felicidad en vez de furia? Creí que estaría más deprimida que quién sabe qué. Pero resulta que no.

<< tal vez porque querías... No. Necesitabas un cambio, pero te estabas resistiendo, pensando que te ibas a sentir pésimo cuando llegaras. >>

Tienes razón, Margo. Jamás había pensado en eso. Creo que... Sí. Sí necesitaba un cambio. Yo siempre lo necesito. Me aburre ver lo mismo todos los días. Y dentro de un mes, ya estaré cansada.

<< tal vez. Pero mejor preocúpate por vivir hoy. No mañana. >>

Que profunda estas hoy, Marguito. Tengo que escucharte más seguido.

&quot;COMO AMIGOS&quot;Donde viven las historias. Descúbrelo ahora