2. El hongo en el cielo: El comienzo de la hora zero.

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—¿Qué coño haces? –me dirigí al muchacho que estaba ya muy cerca de mí con un tono defensivo entre respiros rápidos por lo agitado.

—Sí. Eres rápido, quería ver si podía alcanzarte, pero me tomaste mucha ventaja. Vi lo que hiciste debajo de la camioneta, estuvo genial.

—Gracias —dije aún con la respiración acelerada y sin girarme por completo— ¿Eres de por aquí? Nunca te había visto.

—Llegué hace no demasiado. Me mudé a los bloques del norte.

Una terrible espina me dio escuchar eso. Los edificios del norte no eran una buena zona. Abundaban rumores de los tráficos impugnes de droga y armas sobre esos lugares. A menudo en las noticias relataban allanamientos policiales en búsqueda de personas secuestradas y hallazgos de cadáveres.

—¿Cuánto tiempo llevas detrás de mí?

—Desde que saltaste esa mesa de ping pong.

—¿Quieres decir que corrimos un kilómetro uno detrás del otro? Piénsatelo mejor para la próxima; pudieron creer que me escapaba de ti —escupí casi con demasiada poca educación—. Mi nombre es David. —dije finalmente invitándolo a caminar.

—Elioth, un placer.

Corres rápido viejo ¿Cuánto tiempo llevas haciendo parkour?

—Suelo olvidarme de mi alrededor cuando comienzo a correr. No sería la primera vez que me detiene la policía. Llevo años en esto —expliqué— ¿y tú?

—Estuve en la academia de bomberos y luego en la militar. Terminé por retirarme; las Fuerzas Armadas están podridas.

—¿Allá te enseñaron a hacer mortales? Te vi en el parque haciendo piruetas.

—No, pero siempre fui el mejor en las carreras de obstáculos. De pequeño vivía en un barrio en Las Fabelas de Caracas. Mi hermano y yo nos metíamos en muchos problemas y la mayoría de las veces teníamos que huir por los tejados del barrio —comentó—, luego, cuando entré en el instituto me inscribí en gimnasia y ahí aprendí a hacerlos.

—¿Hace cuánto que la terminaste? —pregunté. Tenía la sospecha que fuera mayor que yo. Era ligeramente más alto que yo, pero en su rostro se asomaba una barba descuidada de 3 días y tenía una voz proyectada bastante grave.

—Califiqué a los 17 para la Academia de Bomberos. A los pocos meses pedí cambio para la militar y allí duré un año. —Giramos una esquina— Luego culminé mis estudios en una escuela para mayores aquí en Maracay el año pasado.

—¿Pero qué edad tienes? ¿Treinta? —me burlé.

—21 ¿Y tú?

—Cumpliré 18.

—¿Terminaste el instituto? —preguntó.

—Sí, hace un tiempo ya. Pero no hablemos de estudios superiores. Es una charla que tengo a diario con mi familia.

—¿Y dónde aprendiste a saltar? —rió distrayendo la dirección del tema.

—Siempre fui malo en los deportes con un balón —comencé—; pero un día me perseguían unos maleantes. Desde ese entonces, me enamoré del desplazamiento callejero.

Entre la conversación y la caminata llegamos a una panadería en la que los trabajadores cerraban con desesperación. El sol fue cubierto por unas enormes nubes color gris oscuro. El cielo se tornó espeluznante; no debían pasar de las 5 de la tarde y daba la impresión de estar más adentrada la noche.

Carrera de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora