NARRA Naith
No alcancé a entrar a la casa. La onda expansiva del avión estallando me arrojó por el aire; la explosión me revolvió el estómago y antes de darme cuenta yo mismo había salido disparado hasta un arbusto en los jardines de algún vecino.
Un ardor rajante se esparció por toda mi espalda cuando aterricé sobre la vegetación. Sentí como mi camiseta se rajaba y mis brazos se humedecieron. Una nube de polvo y escombros llenó las calles de los suburbios
La sangre brotaba de mis oídos y todo estaba en silencio, no se escuchaba más que un pitido sordo a causa del fuerte impacto sonoro que tuvo la explosión. En mi cabeza retumbaba un dolor comparado con el que experimentaría si golpearan mi cabeza con un bat.
Casi al instante, más dolor se extendió por mi cuerpo, el arbusto se dobló a causa de mi peso sobre él, haciendo que más ramas filosas rebanaran mi piel
El aire se hizo espeso, las calles ahora eran iluminadas por las luces de decenas de autos con alarmas, y un grandísimo incendio a tan solo unos pocos metros de distancia.
No me atrevía a moverme por el dolor tan intenso que estaba experimentando. Me encontraba a la mitad de la copa del arbusto que medía por lo menos dos metros de altura por dos de circunferencia. Cada momento que ocurría, más me hundía dentro del arbusto y más ramas me rasgaban.
Justo cuando creí que nada podía ser peor, la escuché.
Un helicóptero sobrevolaba la zona dejando una gigantesca alarma sonora; la alarma internacional de bombardeos.
Escuché gritos y personas corriendo de un lado a otro, probablemente buscando refugio de lo que sea que estuviese sucediendo.
El miedo y el dolor recorrieron todos los huesos de mi cuerpo. La desesperación hizo que lágrimas salieran de mis ojos. Y como si hubiesen encendido un interruptor, la adrenalina y el instinto de supervivencia comenzaron a fluir, olvidé el dolor por unos segundos.
Comencé a moverme con mis brazos, empujando mi cuerpo hacia arriba de mi cabeza, pataleando con mis piernas sobre aquella cama de espinas que me arañaba la piel con cada centímetro que me desplazaba. Las ramas perforaban mi dermis creando nuevas heridas y rasguños.
Giré sobre mi espalda con intenciones de dar una vuelta hacia atrás. A mitad de la vuelta escuché un fuerte crujido en cadena que desató el quiebre de la estructura del arbusto, proyectándome en picada hacia el suelo.
Mi cabeza impactó contra la tierra de la jardinera donde estaba plantado el pequeño árbol. Sentí una ráfaga de dolor penetrando todo mi cuerpo. La cabeza me palpitaba y no dejaba de sufrir por el ardor de mis heridas.
Me acurruqué en posición fetal sobre la tierra para recuperarme un poco del impacto. Solté otro grito ahogado.
Mientras sollozaba, fui apoyando mis manos sobre la tierra, me levanté del suelo repitiendo en mi cabeza que tenía que salir de allí, buscar un lugar seguro.
Cuatro helicópteros pasaron sobrevolando los cielos en dirección hacia el hongo y la alarma de emergencia aún seguía sonando
A unas pocas casas de allí habían niños llorando y gritando. Una señora de edad avanzada estaba en el suelo sobre un anciano que parecía ser su esposo al otro lado de la calle.
Las luces de los vehículos iluminaban aún más la tragedia que estaba ocurriendo en esos instantes; un hombre cojeando se dirigió al medio de la calle y levantó sus manos en busca de auxilio. Gritaba que se detuviera alguien para ayudarlo.
—¡David! –grité al incorporarme.
Con ambas manos sobre mi cabeza intentando amansar el dolor busqué con la mirada a David. Era inútil. Las luces de los autos no eran estables y en la espesa nube de polvo la visión era casi nula.
Caminé cojeando por la calle en dirección opuesta a donde ocurrió la explosión buscando rastros de él.
—¡David! –volví a gritar, esta vez con más desesperación.
El motor de un avión caza militar pasaba a baja altura y quedando estático en el aire. Disparó un misil en dirección a donde había sido el lugar de la tragedia. Un silbido y una línea de humo se proyectaron en el oscuro cielo nocturno iluminado bajo la luna.
Tiene que estar por aquí —dije en mi mente—no han pasado ni 3 minutos desde la segunda explosión, no pudo haber ido muy lejos. Tengo que encontrarlo.
Tenía que secar constantemente mis ojos por la sangre que los cubría.
La luz era vaga, solo veía gracias al destello que generaba la luna y los faros de los carros que iban pasando por esa calle mientras trataban desesperadamente de buscar una salida. La alarma ya había sonado hace un buen rato, y los centros de acopio ya deberían de estar recibiendo gente.
¿Una guerra? ¿Un golpe de estado? ¿Una falla atómica? –dije en mi mente tratando de buscar una respuesta lógica a lo que estaba sucediendo. No tenía ni la más remota idea de lo que estuviese pasando en ese momento. Cualquier explicación (por más absurda que fuera) me serviría para calmar los nervios. La ansiedad me carcomía.
Mis pensamientos fueron interrumpidos cuando escuché el chillido de las llantas deslizándose contra el asfalto, el sollozo de una mujer y el golpe de algo que debió ser el cuerpo de un hombre que había sido arrollado por un vehículo.
Se escucharon varios disparos a la lejanía.
Entre todo el caos que se estaba llevando a cabo en las calles de aquella urbanización, un carro viró violentamente hacia la acera en donde yo estaba, montándose casi por completo en la misma. Los faroles del auto apuntaban directo hasta mi cuerpo. Escuché de nuevo el chillar de los cauchos por un freno brusco contra el pavimento y la puerta del vehículo abrirse.
Retrocedí unos pasos y coloqué mi brazo frente a mi cara en un intento para disminuir la luz cegadora que penetraba en mis ojos.
Escuché los pasos de la persona que abrió la puerta del carro mientras se dirigía hacia mí. Me moví hacia la izquierda tratando de huir, pero dos brazos apretaron mi abdomen levantándome del piso, arrastrándome hacia el auto.
—¡¿Quién mierda eres?! –grité con todas mis fuerzas.
—¡Hay que irnos Sebastián, vámonos maldita sea! –se escuchó el grito de mi captor mientras luchaba conmigo por moverme.
—No sé quien mierda eres, ¡déjame en paz maldito! —dije aún pataleando y gritando. Me di cuenta que tenía lágrimas en los ojos— ¡Que alguien me ayude por favor!
—No tengo tiempo para esto. –bufó obstinado y en menos de un segundo sentí un golpe con lo que debió ser uno de sus puños en mi costilla derecha. Solté un sollozo al mismo instante y me encorvé por la falta de aire en mis pulmones y el dolor volvió a recobrar fuerzas.
Otro impacto se descargó en la parte trasera de mi cabeza. Era algo metálico, algo fuerte, como la culata de un arma. Las luces se apagaron rápidamente, pero antes de desmayarme, escuché otra explosión y una voz por un alto parlante recitando algo qué, para mí, era inaudible. Todo se tornó negro.
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Carrera de Sangre
Ficción GeneralDave y Naith eran dos amigos cotidianos que por una catástrofe fueron separados y obligados a sumergir en las ruinas de la jungla de asfalto con la compañía de putrefactos. Obligados a sobrevivir, Dave busca venganza del asesino de sus padres; y e...