Me arrecosté del otro lado de la cama. Junto a mí, yacía exhausta una mujer que recién unos minutos atrás era una niña.
Me sequé el sudor de la frente. En ese momento, la transpiración hacía de suplente mientras nuestra ropa descansaba en el piso de la habitación.
Dirigí mi mirada hacia el techo; único testigo de la profanación del pecado entre dos seres que manifestaban pasión y lujuria en aquella situación tan inoportuna.
Asumí que los infectados no se habrían ido aún, así que decidí cerrar los ojos para descansar la visión. Aún seguía viendo un poco borroso por la cantidad de esfuerzo que tuve que realizar para ejecutar los tiros certeros.Giré mi cuerpo hacia la derecha y coloqué mi mano sobre el pecho desnudo de Nat, la chica qué, sin persuadirme, me convenció de permanecer unido al grupo. La tarea de protegerla era aún más importante que el orgullo mismo.
Con una mirada satisfactoria, pude recordar su rostro arrugado y su cuerpo en movimiento, acompañado con gemidos de placer llenando el cuarto de música angelical.
Era simplemente hermosa. Comencé a acariciar sus finos y delgados cabellos castaños. Pude distinguir en su rostro que levantó la comisura de sus labios.—¿Qué tanto me haces? —preguntó con una ligera risa en su voz sin abrir sus ojos.
—Nada —respondí—, sólo estaba contemplando a la mujer más hermosa del mundo acostada sin ropa a mi lado.
—No soy la mujer más hermosa del mundo —dijo con los ojos aún cerrados.
—Vale, pero si para mi mundo —corregí, haciendo énfasis en el sujeto de la oración.
—Eres un chinito muy lindo, ¿lo sabes?
—Sí —fanfarroneé—, me lo ha dicho el espejo viéndome a mis ojos verdes.
—¡Cuidado! Se te acaba de caer el ego. —arrugó la cara.
—¡Ja! —reí con sobreactuación evidente.
—¿Crees que Elioth y Dave estén bien?
—Ya lo creo. Esos dos son buenos huyendo.
—¿Crees que nos necesiten?
Quería responder negativamente, pero mi instinto me lo negó. Lo más probable era que realmente si nos necesitaran, y pronto. Es más, hablando de probabilidades, era más que probable que ellos estuvieran atrapados mientras Nat y yo compartíamos fluidos.
Aún así, prefería seguir a salvo esperando a que se calmara la situación.
—Si nos necesitan, o no, no podemos hacer nada. Muertos no les seremos de utilidad —alegué.
—¿Cuál es el plan? ¡¿Dejar que mueran?! —dijo casi gritando.
—Relájate —tranquilicé—, ya había pensando en qué hacer. Tenemos que ir a buscar mi auto. Está solo a dos manzanas de aquí, en un taller.
—¿Tienes las llaves?
—No, las dejé allá con el vehículo hace una semana. Esperemos que el mecánico ya lo haya reparado.
—¡Si el vehículo sirviera, no nos serviría de nada si no podemos ponerlo en marcha Rafael! ¡Necesitamos las malditas llaves! —volvió a gritar.
—Tal vez estén en su despacho. Recuerdo haber visto una pizarra con muchos llaveros cuando lo llevé. Es posible que esté allí.
—¿Y si hay infectados?
—Lo veo poco probable; cuando llegó la hora cero la mayoría de los locales estaban cerrados. Con un poco de suerte estará despejado.
—¿Qué es la hora cero?

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Carrera de Sangre
Fiction généraleDave y Naith eran dos amigos cotidianos que por una catástrofe fueron separados y obligados a sumergir en las ruinas de la jungla de asfalto con la compañía de putrefactos. Obligados a sobrevivir, Dave busca venganza del asesino de sus padres; y e...