14. Altura.

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—Les explicaré cómo va esto —empezó Cairo agitando su cuchillo en el aire—. Yo pregunto y ustedes responden ¿está claro?


Permanecí en silencio con la cabeza gacha, resignado ante mi clara desventaja.


»Creo que no me he explicado bien —se acercó a mí—. O me respondes o te entierro un tenedor en el ombligo.


La impotencia de estar totalmente a merced de lo que quisiera ese hijo de puta hacía que hirviera mi sangre.


—Está claro —dijo Elioth a mi lado. Para mi sorpresa, éste también se habría resignado.


—¡Jajaja! ¿Lo ves líder? Ya ricitos captó el juego. Deberías seguir su ejemplo. No creo que quieras que tenga una impresión errónea de que él es más astuto que tú.


»Para evitar tener dudas —continuó—, quiero escucharlo también de ti —presionó la punta de su cuchillo contra mi frente. El ardor se propagó por mi cara mientras sentía una ligera gota de sangre cayendo por mi tabique.


—Está claro —respondí finalmente. En ese instante, retiró el cuchillo y volví a agachar la cabeza.


—Muy bien; así pues empecemos. Ésta va para ti Ricitos ¿Cómo terminaron aquí?


Me dirigió una mirada de auxilio. Traté de comunicarle que no dijera nada que comprometiera a nuestro grupo o nuestras pertenencias. Más en silencio y con tan poco entrenamiento de trabajo en equipo, él no entendería mis gestos.


—He dicho que iba para ti Ricitos. No se permite pedir ayuda —tocó la mejilla morada de Elioth con el filo del cuchillo. Una cortada hizo clara la situación.

—Anoche nos refugiamos en las oficinas que están cerca de aquí. Es una prefectura, me parece —comenzó Elioth.


Empecé a dudar de su capacidad. Evitar especificar podría significar la vida o la muerte de alguno de los miembros del grupo.


»Al salir esta mañana, nos vimos acorralados por una gran cantidad de infectados.


—¿Así les llaman? —habló Michael por primera vez.


—Un segundo caballeros —interrumpió Cairo. Acto seguido se volteó y estrelló su rodilla en el abdomen de Michael. Éste cayó al suelo privado de oxígeno. El líder volvió a patearlo, esta vez en la cara. Los golpes fluían haciendo que pareciera una típica riña de barrio; el más apto contra el más débil.


Luego de unos segundos, Cairo cesó los ataques. Levantó su cara y echó su cabello hacia atrás dando un suspiro.


—No vuelvas a interrumpir Michael, es de mala educación —dijo como con voz educada—. A la próxima me aseguraré que no vuelvas a interrumpir a nadie en el resto de tu vida. Por favor Ricitos, disculpa esta interrupción, continúa.

Carrera de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora