Capítulo 6: Nicole

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Después de hablar con Manuel, me dispuse a interrogar a Leo, quería saber que era lo que le pasaba, por qué reaccionaba así ante Abril.

―Primero, debes saber que yo a ella apenas la vi una vez ―me explicó mi amigo―. Hace quinientos años.

―¿¡Qué?!

―Sí, sus sueños, sus pesadillas, no son de su futuro, como ella cree, si no de su pasado.

―Ya ―dije extrañado.

―Mira, lo que pasa es que hace cinco siglos atrás, yo estaba en el bosque y vi caer una mujer del acantilado, supongo que sabes a qué lugar me refiero. ―Hizo una pausa, yo asentí con la cabeza―. Bueno, vi caer a esta mujer y cuando me iba acercando a ella, una lengua de fuego la envolvió. La metí al mar e intenté convertirla, pero no alcancé. Murió en mis brazos.

―¿Estás seguro que es la misma?

―Es su aura, son sus ojos.

―¿Y qué tiene que ver ella con nosotros? ¿Por qué está aquí?

―No tengo idea, Max, lo único que sé es que esa chica no es el monstruo de Marina, no, señor, no lo es.

Caminábamos acercándonos a la casa y escuchamos que Abril estaba en el primer piso conversando con Joseph y Ray, lo cual nos alegró mucho.

―Seguramente debo estar loca. ―La oímos decir lanzando una risotada―. Bueno, eso ustedes ya lo sabían.

La risa de Abril, contagiosa y divertida, nos hizo reír y entramos apresurados. Verla allí, nos puso muy contentos.

―Hola ―saludamos felices.

Abril nos miró asustada, Leo invadió el lugar de confianza.

―Espero que no te hayamos asustado mucho esta mañana ―comentó Leo sentándose al lado de Joseph.

―Y ayer y antes de ayer ―repuso ella y se arrepintió en el acto.

―¡Ah, no! ―protestó Leo―. Yo no tengo nada que ver con lo que hizo el troglodita ese, así que yo solamente me disculpo por lo de la mañana.

―Bueno, yo no puedo decir lo mismo. ―Me senté a su lado, la culpa corroía todo mi ser―. Lo siento.

Ella me miró por lo que creí era una eternidad, dejé que me observara, creo que buscaba la veracidad de mis palabras. Tomé su mano y se estremeció.

―De verdad, lo siento ―repetí.

―Ya pasó, ¿no?

Me dio la impresión que contestó por inercia, como si algo dentro de ella hubiera dicho esas palabras.

―Sí, ya pasó, no volveré a lastimarte ―prometí con una sonrisa.

Ella seguía mirándome, con una expresión extraña. Por un lado, su cara visible, la que todos veíamos, mostraba inseguridad y extrañeza, pero la otra, esa que se encontraba en la profundidad de sus ojos, me miraba con reconocimiento, con amor, con ese amor que perdí el día que mi prima desapareció para nunca volver y cuando me sonrió, incluso en el rostro de "Marina", me pareció ver de vuelta a Isabel.

―Espero que no me tengas miedo, de verdad, yo no podría volver a lastimarte.

―Pero usted no fue el que...

―Cooperé. ―Por no decir que yo lo hice―. Y lo lamento mucho.

―No se preocupe, de verdad, ya pasó.

Las Lunas de Abril IIDos almas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora