Mi nombre es Joseph Brown, vampiro, veintiocho años humanos y casi quinientos de inmortal. Estoy a la espera de ver a mi Marina, mi hermana. Y debo confesar que tengo miedo.
Durante mucho tiempo me sentí culpable por rogar en demasía por la vida de mi hermana cuando yacía en esa cama, a punto de morir, a la corta edad de doce años. Recién estaba empezando a vivir y la vida le estaba siendo arrebatada. Rogué y ofrecí mi alma a cambio de que Dios o el Diablo, la salvara. Y se murió. Y luego revivió. Abrió sus ojos y me miró como si yo fuera un desconocido, como si mi presencia la asqueara.
Entonces me di cuenta de mi error. Aunque nunca dije nada a nadie, en ese mismo instante supe que mi niña, mi hermanita, mi princesa... Se había ido para siempre.
El ruido de un motor me volvió a la realidad. El coche de Manuel se detuvo a la entrada de la casa. Con nuestros oídos, más agudizados que el resto de los animales, escuchamos a gran distancia, con total claridad, todo lo que ocurría. Y la sentí a ella. No niego que estaba nervioso, si bien era cierto que hace quinientos años luchamos contra Marina, eso fue mucho más fácil, porque esa mujer no era mi hermana, no la que había perdido. Hoy, sin embargo, ya quería de vuelta a mi princesa. Nunca, jamás en la vida, pude olvidarla. Todos estos años, Marina ha vuelto en diversos cuerpos, solo esta vez vuelve a tener su cuerpo real, con el que la conocí, el que amé y odié.
No sabía cómo reaccionaría ante su presencia.
La oí hablar, rogar... ¿Marina suplicando? No lo creía posible; por más que aún no obtuviera sus poderes, ella no era mujer que se rindiera así de fácil. De todos modos, no era de fiar.
Cuando apareció ante nosotros, sentí que mi duro corazón dio un vuelco. No sé si fue su imagen, idéntica a mi hermana, o sus ojos, puros, buenos y asustados. Y sentí la energía de Leo provocándole más temor, más lágrimas, más dolor en su ya adolorida alma. Y no pude. Mi deber era provocar heridas y llagas en su cuerpo. No...
Veía, sin ver, cómo Ray la atormentaba, la acosaba, quise arrebatarla de sus brazos. No quería que la lastimara, incluso sabiendo que aquello que estábamos haciendo era lo correcto. De pronto, la tomó del cuello y comenzó a ahorcarla, apoyándola contra la pared... Max me tuvo que contener, estuve a punto de detenerlo. Entonces, la lanzó hacia nosotros. Yo la recibí en mis brazos. Su calidez, su temor, el temblor de su cuerpo, despertaron en mí sentimientos de protección. Nos miró uno a uno y se desmayó, ahogando un pequeño grito. La tomé en mis brazos y la acurruqué en mi pecho.
―Leo ―reproché―, no creo que sea necesario tanto pánico, con el de ella es suficiente.
Leo no contestó, lo miré de reojo y estaba tan conmocionado como yo.
―Hay que llevarla al sótano ―ordenó Ray sin emoción.
Yo la apegué más a mi cuerpo, no quería, sabía que, en ese lugar, Ray la torturaría más todavía y le cortaría las manos y eso no podía, no quería permitirlo.
―¿Joseph? ―habló Ray con cierta culpa.
―No puedo ―respondí protegiéndola con mi cuerpo.
―¿Nick? ―inquirió de él que sabía todo lo que pasaba por nuestras mentes.
Nick no contestó, sabía muy bien cuáles eran mis pensamientos. Aunque, sin temor a equivocarme, todos allí lo sabían sin necesidad de ser adivinos.
El líder de nuestro grupo bajó la cabeza un segundo y luego la levantó para volver a mirarme.
―Joseph, escucha, haremos algo, no llevaremos a cabo nuestros planes como lo teníamos previsto, le haremos creer que le cortamos las manos, con ayuda de Max, por supuesto ―ofreció Ray, acercándose a mí para tomarla en sus brazos con cuidado.
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Las Lunas de Abril IIDos almas
ParanormalRecordemos que en la primera parte, Abril Villavicencio fue secuestrada por seis vampiros que pronto se percatan que ella no es Marina, la bruja a la que quieren destruir, sino la hechicera que los salvará de sus embrujos. Con el tiempo, ellos desc...