Capítulo 20: Victoria

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**Este es el último capítulo... Mañana el epílogo a cargo de Leo**


―¿Qué voy a hacer con esto que siento, Ray? ―le pregunté a mi líder cuando todo acabó

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―¿Qué voy a hacer con esto que siento, Ray? ―le pregunté a mi líder cuando todo acabó.

―¿La amabas mucho? ―inquirió.

―No como a Sonya ―confesé sincero―. Algo me impedía amarla de ese modo, tal vez su carácter impulsivo, tan distinto a Sonya. ¿A ti te pasó con Abril?

―No ―contestó con firmeza―. Siempre comparé el amor que sentí por Abril con el de Isabel y Marina... la del primer tiempo.

―Yo nunca pude hacerlo, por eso jamás se me pasó por la cabeza que ella fuera Sonya, deseaba que lo fuera, pero no lograba sentirlo.

―Entonces, ¿por qué tan mal?

―Porque me había ilusionado, pensé que por fin tendría una compañera para mi vida.

―Pero sabes que en cualquier momento puede aparecer, ya ves a Leo y a Joseph.

―Lo sé, pero estuve tan cerca de lograrlo que...

No pude terminar la frase.

―Es la frustración de haberla perdido ―afirmó con certeza.

―Así es, además, debí darme cuenta de la clase de chica que era, debí saber que era mala.

―Ninguno nos dimos cuenta, no te culpes.

―Pero yo era quien estaba con ella ―rebatí―, yo debía darme cuenta de eso.

―No te hagas esto, Max, era una muy buena mentirosa, no tenías cómo darte cuenta.

Puso su mano en mi hombro para consolarme, pero nada me haría sentir mejor. Sí, era cierto que nunca pude sentirla como a Sonya y que muchas veces me molestaba su carácter sarcástico, pero de ahí a pensar que estuviera coludida con Milena... Eso era otra cosa. Y eso era lo que más me dolía, que por no darme cuenta había puesto en peligro a todo mi clan.

―¿Puedo hablar contigo? ―La dulce voz de una mujer estremeció mi cuerpo. Me volví a mirarla.

―Los dejo para que hablen ―ofreció Ray.

―No, por favor, quédese ―suplicó con celeridad.

―Dime ―la urgí, no tenía tiempo para perder, menos en alguien que no daba la cara. Yo jamás la había visto y por la expresión de Ray, él tampoco.

―No te molestes conmigo ―rogó.

Ella levantó su rostro y me miró directo a los ojos. Todo mi ser se removió. Esa era la dulce mirada de Sonya. De mi Sonya.

―Tú ―atiné a decir.

―Estoy de vuelta ―suspiró nerviosa.

―¿Cómo te llamas?

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