Capítulo 2: La no-cita

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Era Viernes, y por alguna razón inimaginable y que no quería detenerme a pensar, me sentía extrañamente feliz. Era como si una aureola de paz, seguridad y confort hubiese inundado cada parte de mi ser. Aún obviando la terrible señal de que hoy volvía a ser Viernes. Regresaban los jazmines, las cajas con forma de corazón y lo peor de todo, los recuerdos. Aquellos que por más que intente borrar nunca he conseguido, y que difícilmente veo lograrlo algún día.

Además, ¿Porque no decirlo? De cierto forma me gusta recordar a mi antigua mejor amiga Cristina, me gusta que sepa que sigue en mí. Por lo menos en mí sí.

Me deshago de las sábanas con estampados de flores y me miró en el espejo de mi tocador beige. En verdad no estaba tan mal. Incluso llegaba a gustarme un poco. Me miré cada curva de mi cuerpo, estaba casi desnuda, y digo casi porque la ropa interior seguía ceñida a mi cuerpo. El cabello recogido me caía asta los hombros. Mis ojos, como siempre, de un verde pardo, gatunos. Era sin duda una representante de los gatos.

De los gatos callejeros, porque yo tampoco quería dueño.

Salí de mi habitación dando pequeños saltitos conforme caminaba, camine por el pasillo hasta llegar al baño, donde me despeje la cara con agua fría, y que me deshice la coleta con la que siempre dormía. Y entonces esta vez, mi pelo llegaba asta un poco más abajo de mis pechos, ondulado, tapando ligeramente mi sujetador negro con tela de encaje. Salí de allí nuevamente pegando ligeros botes. Cuando llegue a mi habitación cerré la puerta dándola un toque con mi pie izquierdo y volví a mirarme en mi tocador situado al lado contrario de la  puerta, desenganche la parte de atrás del sujetador, y cuando me di la vuelta, le vi allí, apoyado en el marco de la puerta. ¡Oh mi dios!, rápidamente me lleve las manos a mi sujetador para que se quedase firme allí, y no se me saliera un pecho.

- ¿Qué? te gusta lo que ves- Pregunte en un tono irónico. A lo que él asintió.

Se paso la mano izquierda por su cabello castaño con reflejos dorados, y se quedo allí mirándome, nervioso.

Llamo mi atención y me di cuenta de que su torso estaba completamente desnudo, dejando ver a la perfección su esculpido cuerpo. Sus pantalones, un poco más bajos de la cadera, caían ligeramente hasta sus pies. Su pelo desaliñado y rebelde, y sus ojos oscureciendo, todo ello me produjo un escalofrió.

- ¡te vas a quedar ahí todo el día!- Eleve la voz desesperada, y con un tembleque en las piernas que no sabía de donde venía. Mis ojos se volvieron ha desviar hacia su torso.

¡No Elsa! Aguanta, me di ánimos.

Y el volvió a sentir, sin sonreír, sin hablar, pero seguía allí, y yo seguía con las manos en mi sujetador, por cierto, sujetador bastante sensual.

- Solo dame un minuto más- Dijo al fin, con la voz ronca, llena de lujuria. Lujuria que atravesó mi cuerpo, y que por una milésima de segundo me deje llevar por esas tan mencionadas hormonas juveniles. Sin embargo, mis manos seguían en mi sujetador, y eso sólo me hacía recordar de que estaba en desventaja, medio desnuda y delante de mi depredador, que me observaba ansioso.

- Serás cerdo- Dije mientras ande hacia la puerta y la cerré delante de sus narices.

Me apoye en la puerta y me lleve la mano hacia mi corazón, notando como mi pulso estaba descontrolado y poco a poco volvía a su pum pum original. Deje soltar el aire, sin haberme dado cuenta de haberlo contenido en algún momento, y después otro escalofrió me recorrió el cuerpo. ¿Qué había sido eso?

Ladee la cabeza y volví a abrocharme el sujetador, ya no vivía sola en casa...

Después de controlar mis nervios volví a salir de mi habitación (esta vez en pijama) y cuando entre al baño me desvestí para darme una ducha. Encendí el grifo y el agua comenzó a salir. Corrí la cortina amarilla y metí el dedo gordo dentro de la bañera.

El amor es para tontosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora