Capitulo 1

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Dios es un dios mañoso. Temple lo sabe, y lo sabe por todos los alucinantes milagros que aún pueden verse en este ruinoso mundo.

Como esos peces que brillaban en el bajío como luces de discoteca. Eso fue un punto, una maravilla sin parangón con ninguna otra cosa que hubiera presenciado nunca. Era noche cerrada cuando los vio, aunque la luna brillaba tanto que proyectaba macizas sombras por toda la isla. Brillaba tanto que casi había más luz que en pleno día, y podía verlo todo más claro, como si el Sol fuera un asesino de la verdad, como si sus ojos fueran ojos nocturnos. Dejó el faro y bajó a la playa para contemplar la luna pura y limpia, y se quedó allí en el bajío, dejando que se le hundieran los pies en la arena mientras las olas que golpeaban en la orilla le hacían cosquillas en los tobillos. Y fue entonces cuando lo vio: un banco de pececitos diminutos que corrían a su alrededor como canicas en el círculo de tiza, y que brillaban con una luz eléctrica, que parecía principalmente plateada pero también tenía algo de dorado y de rosa. Se le acercaron a danzar en torno a sus tobillos, y ella notaba sus eléctricos cuerpecitos de pez, y era como si estuviera bajo la luna, pero al mismo tiempo en la luna. Y eso era algo que no había experimentado nunca. Llevaba alrededor de década y media rondando por el planeta Tierra, pero eso no lo había visto nunca.

Y siempre se puede decir que el mundo va derechito a la perdición, y que la estirpe de Caín domina a los buenos y los justos, pero lo que sabe Temple es esto: no importa en qué infierno

se convierta el mundo, ni qué males haya perpetrado ella misma, ni qué serie de malditos infortunios la hayan llevado a esa isla para refugiarse del orden de la humanidad, porque, a fin de cuentas, todas esas cosas son las que la pusieron allí esa noche, en medio de aquella luna que daba una luz más propia del día, y en medio del milagro de los peces, y de no ser así no lo hubiera visto.

Ya veis, Dios es un dios mañoso. Hace así las cosas para que uno no se pierda nada de lo que tiene que ver por uno mismo.

Duerme en un faro abandonado, en lo alto de un acantilado. En la base del faro hay una habitación circular donde cocina pescado en una cazuela de hierro ennegrecido. La primera noche que pasó allí descubrió en el suelo una trampilla que daba a un frío y húmedo sótano. En él encontró velas, anzuelos, un botiquín, una pistola lanzabengalas con una caja de bengalas oxidadas. Probó una, pero estaba momificada.

Por las mañanas rebusca nueces entre la maleza y revisa las redes por si hay peces en ellas. Deja las zapatillas en el faro, pues le gusta el contacto de la arena caliente en las plantas de los pies, y de la hierba de la playa de Florida entre los dedos. Las palmeras son como arbustos tendidos en el aire, y su fronda muerta y quebradiza es como una falda de huesos que rodea al alto tronco y que traquetean al golpetear unos con otros bajo la brisa.

Cada día al mediodía, sube por la escalera de caracol hasta la cumbre del faro, deteniéndose en la mitad del recorrido, en el rellano, para recuperar el aliento y sentir en el rostro el sol que penetra por la sucia ventana. Al llegar arriba del todo, da una vuelta

por la pasarela, observando el inacabable mar y mirando después hacia la cúspide rocosa de la costa del sombrío continente. A veces se detiene a contemplar el invertido hemisferio de luz, ese instrumento óptico ciego, como un caldero volcado y recubierto de mil espejos cuadrados.

Puede ver en él su reflejo, claro y multifacético: toda una multitud de sí misma.

Por las tardes repasa las revistas no podridas que encontró forrando unas cajas de keroseno. Las palabras no significan nada para ella, pero las fotos sí le gustan. Evocan lugares en los que nunca ha estado; multitudes de personas bien vestidas que reciben a alguien que llega en un largo coche negro; personas vestidas de blanco que se reclinan en el sofá de su casa, donde no hay sangre incrustada en las paredes; mujeres en ropa interior contra un fondo de blanco perfecto. Un cielo abstracto es ese blanco. ¿Dónde podría hallarse un blanco como ése? Si a ella le dieran toda la pintura blanca que hubiera quedado en el mundo, ¿iba a librarse algo de su brocha? Temple cierra los ojos y piensa en ello.

La ira de los angelesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora