Capítulo 4

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Son casi las cuatro en punto de la madrugada cuando llama a la puerta de Ruby .

-Qué ocurre -pregunta Ruby con instinto maternal y despertándose de inmediato.

-Tienes que coserme.

Temple entra en la habitación llevando un talego verde y pesado que hace mucho ruido cuando lo deja en el suelo. A continuación cierra la puerta y levanta la mano para que Ruby la vea.

-Dios mío, ¿qué te ha pasado? -M e he herido.

-Tenemos que ir a ver al doctor Marcus.

-No vamos a ir a ver a ningún doctor. Ya he estado en la clínica y he cogido un poco de lidocaína. Me imagino que tienes un costurero, y sólo necesito que me ayudes en esto. No tienes más que dar una o dos puntadas, y después me voy .

-Cuéntame qué ha pasado.

-Te prometo que te lo contaré todo con pelos y señales cuando no esté manchándote la alfombra de sangre.

Ruby vuelve a mirarle la mano.

-Ven aquí a la luz -le dice, y acerca a Temple, la sienta en el borde de la cama, le coge la mano y se la coloca sobre la mesa, bajo la lámpara.

-Aquí tienes -dice Temple, entregándole a Ruby la lidocaína y la jeringuilla.

-¿Cuánta? -pregunta Ruby .

-No lo sé. Sólo un poco, porque necesitaré esa mano.

Ruby la inyecta en la parte carnosa de la palma, justo debajo del dedo.

-No entiendo por qué no puede hacer esto el doctor M arcus.
-En cuanto empiece el día, a los hombres de aquí no les voy a caer muy bien. Los hombres a veces tienen ideas curiosas sobre la hermandad. ¿Tienes aguja e hilo?

Ruby se acerca a un cajón y revuelve en él. -¿De qué color? -pregunta, ofuscada.
-No creo que eso importe. No tardará ni un minuto en volverse negro de la sangre.

-Por supuesto. Qué idiota, es que no consigo pensar con claridad.

-Vamos, esto es igual que zurcir un calcetín.

Ruby coge la aguja y el hilo, y Temple siente su mano entumecida. Mete la mano bajo la mesita de noche para coger una de las revistas que hay allí apiladas y la pone debajo para no manchar nada de sangre. Entonces examina con atención el meñique. Ha desaparecido justo por encima del primer nudillo: un corte limpio a través del hueso que sobresale en el extremo, como una ramita amarilla. Emplea la otra mano para estirar la piel al final del hueso y cerrarla en forma de prepucio.

-Vamos -le dice a Ruby -. Ahora simplemente pasa el hilo varias veces a través y hazle un nudo. Quedará bien.

Ruby lo hace y Temple aleja la mirada, fijándose en un cuadro que Ruby tiene colgado sobre la cama, que representa una huerta. En medio de la huerta hay tres conejitos y una niña con sombrero.

El dolor llega agudo pese al entumecimiento que provoca la lidocaína. Temple se marea un poco, pero aprieta los dientes para no perder el conocimiento. Se saca del bolsillo una de las pastillas de vicodina y se la mete en la boca.

Cuando termina, Temple desenreda la goma del pelo que se había puesto alrededor del dedo, y observa a ver qué sucede. Por la costura, al final del dedo, rezuma un poco de sangre, pero no mucha. Envuelve el dedo en gasa y la sujeta con esparadrapo.

-Has hecho un buen trabajo, gracias.

-Es la primera vez.

-Bueno, creo que debería...

La ira de los angelesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora