Le habían dejado entrar antes de que James se enterara, según le explicó a Temple. Cuando lo vio, él ya estaba sentado en el sofá, sorbiendo su infusión fría y escuchando cómo tocaba su hermano Richard, con un brazo extendido sobre el respaldo del sofá y una pierna cruzada a lo ancho sobre la otra. Sonrió al ver a James.
-Buenas noches -dijo el hombre levantándose del sofá y tendiéndole la mano.
Era un grandullón, y su puño cerrado en torno a la mano de James fue como un ladrillo no cocido.
-James -le dijo la abuela-, déjame que te presente al señor Todd, M oses Todd. Va de viaje.
-Encantado -dijo James.
-¿Es otro de sus nietos, me imagino?
-Son mis niños -dijo ella asintiendo con la cabeza-. Su padre está enfermo, así que no nos puede acompañar. Pero tenemos otra invitada, y se la presentaremos en cuanto regrese. A Sarah M ary le gusta dar paseos por la noche.
James notó que había algo agazapado en los ojos del hombre.-Para mí será un honor saludarla -comentó M oses Todd.
-Han sido una bendición estos días que ella ha pasado con
nosotros -comentó la abuela-. Richard, James: ¿no es verdad que han sido una bendición?
-Una gran bendición -confirmó Richard-. Y una suerte para ellos, porque andar por ahí fuera es un peligro.
Temple sigue a James Grierson bajando por el camino, pero se detiene al llegar al coche y saca una pistola del talego que está en el asiento de atrás. A continuación entran en la casa por la cocina, haciendo el menor ruido posible.
Desde el pasillo que da al salón, Temple oye el piano, que toca una canción que le recuerda una nana. Entre las notas puede distinguir el tictac de madera del reloj de pared que hay junto a la puerta. Espera a que acabe la canción para oír los aplausos, pues en ese momento sabe que Moses Todd tiene las manos ocupadas. Entonces abre de golpe la puerta y avanza apuntándole a la cabeza con la pistola.
Es tan grande como ella lo recordaba, grueso como un árbol y de facciones rotundas como el mismo árbol. Lleva la barba oscura sin recortar, y el pelo graso apartado de la frente.
Cuando la ve sigue sentado, sin moverse, pero aparece una sonrisa en sus labios.
-¡Cielo santo! -exclama casi sin voz la señora Grierson, llevándose una mano a la boca.
-¿Qué ocurre? -pregunta Richard.
-Hola, chiquilla -dice Moses Todd poniéndose en pie para extender toda su altura de gigante.
-Si das un paso te mato -dice Temple.
-Por supuesto que no harás tal cosa -repone la señora Grierson-. No entiendo de qué va todo esto, pero...
-Richard -dice James-, acompaña a la abuela al piso de arriba.
-Pero ¿qué sucede? -vuelve a preguntar Richard.-M ierda, Richard, haz lo que te digo.
Richard se encoge, nervioso, como un tejón amenazado, pero se va hacia su abuela y la coge del brazo para llevársela de la salita.
Escuchan cómo ascienden por la escalinata las pisadas.
-No es correcto apuntar con la pistola a los invitados - comenta M oses Todd.
ESTÁS LEYENDO
La ira de los angeles
Fiksi IlmiahNacida una década después de la aparición de los primeros zombis, en un mundo donde la civilización apenas sobrevive en enclaves dispersos, Temple ha pasado sus escasos quince años de vida entre esas criaturas; sabe cómo evitarlas y, en caso de que...