Capitulo 9

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-Eh, chiquilla, despierta. Es hora de levantarse.

Temple está soñando con cosas hermosas: con prados de hierba seca que le llega a la cintura, con lagos en cuya superficie puede extenderse todo lo larga que es, y flotar, y la piel tensa del agua le hace cosquillas en su piel, y ella permanece allí como una chinche acuática, dejando pasar el tiempo entre el cielo y el mar.

-Hora de levantarse, chiquilla.

Reconoce la voz aun antes de abrir los ojos. Se protege los ojos con la mano y los abre con gran esfuerzo, y lo primero que ve es la luz que entra por la ventana rectangular que se encuentra por encima de ella. Aún es de día: no ha estado dormida mucho tiempo.
-Levántate y resplandece, pirulí. Estamos en un aprieto. Moses Todd está en la celda de al lado, agarrándose el brazo que le sangra. Temple se incorpora. La cabeza le estalla de dolor, pero ha dejado de darle vueltas.

Es capaz de levantarse sin problemas. Se despereza y camina por la celda trazando círculos para aclararse la cabeza.

Entonces oye un gemido que proviene de la celda que sigue a la de M oses Todd. Lo reconoce:

-M aury -dice, y mira más allá de M oses.

Y allí está su bobo, metiendo el brazo por los barrotes y gimiendo de modo lastimero.

-Me suponía que te habrían cogido, Maury -dice ella. Y se da cuenta de que está sonriendo, pese a que eso no hace más que empeorar su dolor de cabeza-. Pensé que me había quedado sin bobo.

Los ojos obtusos y planos de Maury le devuelven una larga mirada.

En la celda que se encuentra en medio, Moses emplea los dientes y su brazo bueno para rasgar la sábana de su catre y sacar de ella una larga tira de tela.

-Esto es conmovedor -dice él, ofreciéndole la tira de tela por entre los barrotes-. Pero ¿qué te parece si me echas una mano antes de que pierda el conocimiento?

Temple se separa de él.

-No te pienso ayudar a vendarte las heridas, Moses. Volverás a intentar matarme.

-Ya sabías que te estaba persiguiendo.

-No importa. Desángrate hasta morir, y tendré un problema menos del que preocuparme.

M oses se ríe, negando con la cabeza. -Supongo que tienes razón -responde.

Coge la tira de tela, se sienta en el catre y empieza a envolverse el brazo con mucho cuidado. Después hace un nudo con los dientes.

Entonces se abre la puerta de la otra punta de la estancia y entran dos hombres enormes, como los que Temple ha visto antes. Tienen que agacharse para entrar por la puerta. Uno de ellos no lleva zapatos, pero sus pies están recubiertos por una excrecencia ósea articulada con tendones que unen las placas que se alargan y contraen al andar. Temple se pregunta hasta dónde llegará ese hueso por arriba. La piel de la cara está medio desprendida, dejando al descubierto un globo ocular que no se cierra nunca y que gira dentro de una cuenca gelatinosa. Parece un cadáver, algo semejante a un pellejo, pero se mueve como los demás, con rapidez y determinación humanas.

El hombre que lo acompaña está menos descompuesto. Tiene la piel agrietada por muchas partes y el pelo le cae en mechones, pero Temple no distingue en él ninguna excrecencia ósea.

El que carece de zapatos avanza con determinación hacia los barrotes de la celda de Temple. Al andar, sus pies óseos producen un taconeo en el linóleo.

-La chica está despierta, Bodie -le anuncia. Se agarra a los barrotes de la celda e interpela a Temple.

-Chavala, casi matas a Millie del susto. ¿Por qué demonios has querido aterrorizar a una niña tan encantadora como ella? ¿Por qué has ido a meterte en su lugar de juegos? En su pequeña alma, esa niña tiene madera de verdadera y afectuosa madre. Querer estropear una cosa así no es más que una maldad repugnante. ¿Le tienes envidia porque ella tiene una familia que la quiere?

La ira de los angelesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora