Capítulo 3

2 0 0
                                    

Estaba perdido, no podía salir vivo de esa de ninguna manera, cuando, de repente, escuché una voz femenina. -¡No te rindas! ¡Yo te ayudaré!-.
Esa voz no me sonaba de nada, pero aún así que me armé de valor, y empecé a combatir a los monstruos. Uno a uno iban cayendo, mientras los de detrás morían por algo o alguien que no podía ver. Al final, todos los monstruos estuvieron muertos, otra vez, repartidos por el suelo, y yo pude conocer por fin a mi salvadora.
Era una chica de piel muy blanca, de pelo largo y liso castaño, con los ojos de color miel, muy alta.
-¿Quién eres?- pregunté a aquella extraña chica que se arriesgó para salvarme.
-Me llamo Nana- contestó con una voz clara y aguda -He visto como inspeccionabas las ruinas de mi aldea,en busca de algo. No creo que hayas encontrado mucho- añadió. -Y tú, ¿cómo te llamas?.-
-Me llamo Sebastián, pero, ¿por qué me has ayudado?- pregunté, nervioso.
-Te gusta hacer preguntas, ¿verdad? Pienso que todo el mundo merece vivir, después de lo que los errantes hicieron lo que le hicieron a mi aldea, pienso que toda vida es valiosa y que nadie merece un final tan grotesco- dijo segura, con una sonrisa.
-Bueno, agradezco lo que has hecho por mi, pero si me disculpas, debo seguir mi viaje- dije yo, cortante.
-¿Podría acompañarte?- dijo Nana, con una voz triste -No tengo a donde ir-.
-No te conozco- contesté -A lo mejor eres una ladrona, y quieres robarme.-
-¿Para qué iba a robarte? Se ve que tu lobo te quiere mucho, me haría pedazos si me viera con malas intenciones.-
Me quedé pensando por un instante. Tenía razón, y si lo que dice es verdad, está en la misma situación, y yo sé que en estos casos a nadie le gustaría quedarse solo.
-¿Hace cuánto tiempo arrasaron tu aldea?- pregunté, serio y firme.
-Hace no mucho, dos días, más o menos.- Contestó. -Me siento culpable de la destrucción, yo podría haber ayudado, pero me entro el pánico y... Y...- No pudo terminar la frase, estaba llorando. Se ve que era una chica sincera, pero no estaba seguro de si podía confiar en alguien que abandonó a su aldea.
Me acerqué a ella para consolarla, y me apartó de un pequeño empujón.
-No- dijo ella, entre lágrimas. -Es mejor que me vaya.- Acto seguido, dio media vuelta y salió corriendo.
-¡Espera!- Grité, pero ella no se detuvo.
Salí corriendo detrás de ella, con Édgar a mi lado. La chica corría bastante deprisa, pero al final, la conseguí alcanzar.
-Espera- le dije jadeando -Acompáñame si quieres, no te obligaré- le dije con voz sosegada y amable.
-¿Por qué eres amable conmigo? Ya sabes que por mi culpa murió mi aldea.- dijo Nana, sollozando.
-Todos cometen errores- le contesté -Además, era algo inevitable, sólo te salvabas. Te manejas bien con el arco, me serías de gran ayuda, a parte de buena compañía- dije sonriendo.
-¡Muchas gracias!- exclamó, llena de alegría. -Te prometo que no te arrepentirás- afirmó, mientras me abrazaba.
Pasaron unos cuantos días, era cierto que me iba a ser de ayuda, también era buena compañía, pero no hablaba mucho.
-Oye, se me olvidó preguntar. ¿A dónde vamos?
-En busca de mi hermana, si es que sigue viva- contesté con una voz triste.
-¿Qué fue lo que pasó?- preguntó, intentando ser compasiva.
-Hace más o menos un mes me desperté en casa, sin recordar nada. Mis padres estaban muertos, y mi hermana desaparecida. Quise esperar a que Édgar creciera para empezar el viaje, un lobo siempre es de ayuda, y era lo único que tenía- dije, entristecido por el amargo recuerdo.
-Lo siento- contestó, como arrepintiéndose de haberme preguntado -Yo no tenía gran cosa, solamente yo y mis vecinos. No tenía amigos ni familia, soy huérfana. Mi madre murió en el parto, y mi padre desapareció cuando tenía tres años.- contestó, seria.
-Ahora por lo menos estamos juntos- dije yo, intentando consolarnos a ambos.
-Sí, es verdad- dijo Nana, algo más alegre. -Oye, ¿qué es eso?-
Miré hacia donde señalaba, y vi una estructura de madera. Era una torre abandonada, de unos treinta metros de alta, y de cinco metros cuadrados
-¡Vamos a ver qué hay dentro!- dijo Nana, mientras echaba a correr.
-¡Espera!- le grité a mi inquieta acompañante.
Llegamos a aquel extraño edificio. Al igual que mi casa, tenía agujeros en la pared por los que entramos, ya que tenía puertas robustas por las cuales no podíamos pasar. Allí dentro reinaba la oscuridad, no se veía a penas nada, así que hicimos una antorcha con un palo y algo de tela. La planta baja era circular y estaba vacía, a excepción de unas escaleras que subían, las cuales decidimos seguir.
El piso de arriba no estaba tan vacío. Había algunos baúles y estantes, acompañados de un escritorio y una silla. Fuimos a investigar el contenido de estos.
-Son calaveras...- Dijo Nana, asustada.
Examiné los otros baúles, y en todos había lo mismo, ¿qué hacía eso allí?
De repente, oímos un gruñido. Venía de arriba, y no fue difícil reconocerlo. Eran zombis, acompañado de los otros monstruos.
-¡Corre!- grité a Nana -¡Vienen a por nosotros!-
Bajamos las escaleras a toda prisa, se les podía escuchar tan alto que diría que desde mi antigua casa se les puede oír.
En el piso de abajo, ya no había agujeros en la pared, alguien o algo los había cerrado, ¿quién podría haber hecho algo semejante? Dimos golpes a la puerta, pero no se abría, cuando oímos una voz grave y desagradable que se escuchaba a nuestras espaldas
-Jamás saldréis- dijo, con un leve tono de burla.
Justo después de eso, vimos una esfera de fuego que se elevaba hacia el aire, provocando suficiente luz para distinguirle el rostro. Era un hombre viejo, tan deteriorado que casi parecía uno de ellos.
Nos lanzó aquella bola sin ningún pudor, olvidando que la torre estaba hecha de madera. Esta ardió rápidamente , haciendo caer gran parte de la estructura de la torre, permitiéndonos salir por la pared, esquivando las llamas. Eso me recordó a cuando mi casa ardía, y tuve que arriesgarme para salvar a de, que fue el primero en salir de la torre.
-¡No!- Gritó el viejo -¡Vosotros deb...- No pudo terminar la frase, una biga del techo le cayó encima, lo que nos dio la oportunidad de escapar.
Nos fuimos y subimos a una montaña cercana, desde la que pudimos ver el fuego, un fuego que impregnó el aire con olor a putrefacción y a humo.
-Por poco no lo contamos, ¿eh?- dijo Nana, aliviada
-Sí...- le contesté, apagado. -El fuego me ha recordado a cuando ardió mi casa, y no es un recuerdo agradable. No recuerdo nada y de lo único que tengo memoria es de cosas malas.- dije deprimido.
-Lo siento, Seb- dijo ella -Pero tienes que ser más positivo, hay que encontrar a tu hermana- dijo, intentando animarme.
Caía la noche, y no teníamos donde ir. Decidimos trepar, otra vez, a un árbol, ya que no encontramos nada más factible, y las hogueras no alejaban aquellos seres.
A la mañana siguiente, fuimos a ver los restos de la torre, pero había desaparecido. Allí donde antes se había alzado aquella torre marrón, ahora sólo había árboles. Hablé con Nana sobre ello, y también la recordaba. ¿Nos habríamos equivocado de sitio, o simplemente había desaparecido?
Caminamos mucho tiempo, tanto que perdí la cuenta. Llegamos a una casita de piedra y madera, en medio del espeso bosque. La puerta estaba abierta, y tocamos para ver si nos atendían. Esperamos por un momento, y no vino nadie, y volvimos a llamar, más fuerte, y como seguíamos sin respuesta, entramos.
Era una casa no mucho más grande que la mía, había una chimenea que echaba humo, pero no tenía fuego. El fuego no me recordaba nada bueno. Inspeccionamos las cosas, y tenían (o tenía) carne fresca encima de la mesa, lo que quiere decir que alguien vivía allí. Nos acercamos a la chimenea para calentarnos las manos, ya que era invierno y hacía mucho frío.
No pasó mucho tiempo hasta que llegó el dueño de la casa. Era un hombre de mediana edad, ni viejo, ni joven. Era pelirrojo y tenía los ojos violeta, cosa que a Nana y a mi nos sorprendió mucho
-¿Qué hacéis aquí?- preguntó aquel extraño hombre -Marchaos ya de mi casa antes de que me enfade-
-Déjenos al menos pasar la noche, por favor- suplicó Nana.
-No tenemos a dónde ir- añadí, para dar un poco de pena.
-Ese no es mi problema- contestó, tajante -Buscaos la vida, bastantes cosas tengo ya como para preocuparme de vosotros- pensó en voz alta
-Podemos ayudarle- dije, habiendo perdido casi toda la esperanza.
El hombre se quedó pensativo, mirándonos. Nana y yo estábamos muy nerviosos, no sabíamos que iba a decir, cuando dijo:
-Está bien, os podéis quedar- dijo serio -Pero antes, tu lobo debe traerme algo de carne que pueda cazar por los alrededores.-
Pensé por un momento, ¿podría Ed traer algún buen trozo de carne?

Memorias de un viaje inesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora