Capítulo 5

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Aquel señor dijo llamarse Borosio, y nos ofreció pasar la noche en una posada gratis, ya que vinimos por la noche de luchar contra los seres de la oscuridad.
La habitación era pequeña, y estaba deteriorada por la edad, pero por el tiempo que pensamos que íbamos a estar era suficiente. Tenía dos camas y una ventana, y en una pequeña mesa había un candelabro encendido que había dejado el dueño de aquel lugar al saber de nuestra llegada. Me puse algo de ropa cómoda, y me metí en la cama, con Ed a mis pies.
A la mañana siguiente, Nana ya no estaba en la habitación, pero había dejado una nota, que decía:
"He bajado a desayunar. Me he encontrado con el dueño y me ha preguntado por la noche, y luego nos ha invitado a desayunar, y he aceptado, así que es por eso que te dejo esta nota. Hasta ahora.
-Nana"
Me vestí, desperté a Ed, y bajé a desayunar. Nana estaba sentada en una mesa, cerca de la salida, acabándose el pan.
-Ya era hora.- Dijo con un tono de burla. -Un poco más y llego a pensar que has muerto.-
-Qué graciosa.- Contesté, con una mueca sarcástica.
Yo no tenía hambre, y no desayuné más que un zumo de bayas, y fui a hablar con Borosio, a ver qué cosas interesantes me podía contar. Pregunté a los aldeanos si sabían dónde estaba, y me dijeron que tenía que dirigirme a la Torre de las Llanuras, que representaba el ayuntamiento de aquel lugar.
Al llegar, estaba discutiendo con alguien en una habitación, por lo que decidí esperar a que alguno de los dos saliera, pues no quería interrumpir. Desde afuera, no podía entender nada de lo que hablaban, solo supe que, o estaban enfadados, o preocupados. Pasaron un par de minutos cuando de la habitación salió una chica morena vestida de rojo, con lágrimas que salían de sus verdes ojos. Llamé a la puerta, y Borosio me dio paso.
La habitación contenía un pequeño escritorio, y dos sillas. Nada más, a excepción de las ventanas.
-¿En qué puedo ayudarte, joven?-
-Me gustaría quedarme mas días, pero no tengo dinero en estos momentos.- Mentí, para ver si podía ahorrarme las monedas de plata de aquel señor.
-¿Y qué quieres que haga yo?
-Me gustaría que me ofrecieras algún trabajo. Me considero bueno blandiendo la espada, y a mi lobo se le da bien rastrear.-
-No sé de que quieres trabajar con esas habilidades, la verdad.
-Podría ser soldado, o... O... Podría ir a buscar carne para la gente del pueblo.
-Lo siento, chico, ahora estamos bien en respecto a esos oficios. Vuelve otro día, o intenta ayudar a algunos aldeanos, a ver si te dan algo.
-Vale. Gracias por su tiempo.- Dije, decepcionado.
Cuando me fui, me llamó la atención.
-¡Espera!- Gritó. -Creo que puedo tener algo para ti.
-¿En serio?- Dije yo, incrédulo por todas las decepciones que me había llevado desde que tengo memoria, que no era mucho.
-Si, en serio. Entra para que pueda darte detalles.
Al final el día no fue tan mal, tuve un trabajo por el que dijo que iba a pagar bien, y una habitación en un hostal de mejor calidad que en el que pasamos la noche anterior y, perseguido por Édgar, fuimos a decírselo a Nana, que estaba visitando el poblado para conocer mejor a aquella gente, y me habían dicho que la vieron en la casa de los Matamu, que la habían invitado a una infusión por ayudarles a arreglar una pequeña rotura en su tejado, ya que eran ancianos y no podían ellos solos.
Era una pequeña casa, y desde afuera se veía la luz que provenía de adentro y el humo de la pequeña fogata que tenían. Llamé a la puerta, y me abrió una pequeña señora. Tenía arrugas, pero no tantas como Borosio, y un pelo lleno de canas que parecía plata ante la luz de la luna. Entonces me di cuenta de que era de noche, pero por suerte no me tenía que preocupar por los monstruos.
-Hola, ¿Está aquí Nana?- Pregunté tímidamente.
-Si, está aquí, pase joven.- Dijo aquella mujer con una sonrisa afable.
La pequeña casa sólo tenía dos habitaciones, descontando la sala de estar que estaba directamente cuando se entraba en la casa. Nana estaba sentada cerca del fuego, escuchando atentamente las palabras de un señor, que supuse que sería el marido de la señora Matamu.
-...Y así fue como conocí a Merssai.- Dijo aquel señor, siendo lo único que pude escuchar de su conversación.-
-Buenas noches-
-¡Seb! ¿Dónde te habías metido? Me has dejado sola todo el día.-
-Lo siento, estaba ocupado. He conseguido habitación en un hostal mejor por realizar un trabajo para Borosio, que todavía tengo que llevar a cabo.-
-Ah, ¿Y que te ha...?-
-He traído comida, me gustaría invitaros a cenar.- Interrumpió la señora. -Oh, lo siento, no me he presentado. Yo soy Merssai, y él es Vincerto, mi marido. Tú debes de ser Sebastián, Nana me ha hablado de ti.-
Iba a rechazar la oferta, no me quería aprovechar de la hospitalidad de aquella buena gente, pero justo antes, Nana dijo:
-Estaremos encantados de acompañaros esta noche, ¿a que sí, Seb?
-Sí, supongo...- Contesté avergonzado por la actitud de Nana.
-Pues sentaos a la mesa, o el estofado se enfriará.
Pasamos una agradable velada. La comida estaba muy buena y nos pasamos toda la cena escuchando anécdotas de aquella pareja tan interesante.
-Y, bueno, ¿Qué os ha traído a Vorbis Maghul?- Preguntó la anciana.
-Estamos buscando a mi hermana.- Contesté, algo dolido por el recuerdo. -No hace mucho, me desperté en casa, solo, con la única compañía de Édgar, mi lobo. Había perdido la memoria, y recuperé algunos recuerdos, pero la mayoría están perdidos. Descubrí que mis padres habían muerto, y que mi hermana estaba desaparecida, y al salir en su búsqueda conocí a Nana, que me salvó de mi segura muerte a manos de los horribles monstruos de la oscuridad.-
-Lo siento mucho.- Contestó Merssai, con un rostro entristecido en muestra de compasión.
Vincerto se había quedado dormido en la silla hacía una media hora, y a parte de nuestras voces, sus ronquidos, y los de Édgar, que dormía al lado de la chimenea, inundaban la casa.
-Creo que se ha hecho un poco tarde, deberíamos irnos.- Dije, mirando a Nana.
-Si, creo que tienes razón. Ha sido un placer, señora.
-Igualmente, chica, pero llámame Merssai. Señora me hace sentir vieja.-
-Muchas gracias por todo, de verdad. Édgar, vámonos.-
No tardamos mucho en llegar al hostal, y la calidad era bastante superior que la del otro. Había dos camas, una cajonera, y un pequeño colchón para Édgar en el suelo.
Nos metimos en la cama, y justo cuando iba a apagar la lámpara, Nana me pregunta:
-Al final no me has dicho qué trabajo te han dado.
-Tienes razón, para este trabajo Édgar me vendrá bien.
-¿¡Quieres dejar de andarte con rodeos y contestar ya?!
-Vale, vale, tranquila chica. Borosio me ha encargado encontrar a Fuenciscla, su hija perdida, que desapareció ayer.

Memorias de un viaje inesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora