Capítulo 8

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No daba crédito a lo que escuchaba.
-Pero, todo esto... ¿Cuándo ha sido? No llevo tanto tiempo fuera.
-Puede que ya haya pasado una hora desde entonces, no sabemos a dónde...
-¡Tengo nuevas noticias! -Interrumpió un explorador que justo acababa de entrar.
-¿Ah, sí? ¿Qué has descubierto?
-Subían a la cima de una montaña, señor. Llevaba a la chica atada mientras hablaba de asesinarla mientras se dirigía al lugar.- Respondió el chico a Borosio.
-¿¡Qué montaña!?- Pregunté ansioso por una respuesta.
-En la montaña que está justo al lado en la que te encontraron inconsciente, concretamente la que está hacia el sur.
-¿Es que aquí todas las montañas tienen cuevas?-
-Eran minas de plata, mineral de que están hechas las principales monedas que usamos. Tuvimos que abandonarlas, ya que no quedaba nada por extraer y la lava del interior había subido mucho.
-Respecto a Ovires y sus monedas... Ha secuestrado a Nana porque, mientras vagábamos por el bosque encontramos su cabaña, y nos mintió y nos hizo pasar la noche con los monstruos, pero al día siguiente, le capturamos y atamos a un árbol para que presenciase cómo le saqueábamos y quemábamos su casa. Tengo las monedas que robó.
-Puedes quedártelas, chico. No creo que vayamos a morir después de tanto tiempo sin ellas.
-Gracias, señor. ¿Puede dejarme unos guerreros? Me serían de mucha ayuda para encontrar a Nana.
-Lo siento, pero no puedo hacer nada. Eso es un tema personal que no incumbe al pueblo. Te puedo dejar un caballo como mucho.-
Aquella oferta no me gustó nada, esperaba algo más de ayuda, pero era eso o nada, así que acepté.
Volví a abrir el mapa para dirigirme a la armería y ver qué podían ofrecerme, aunque con sombra creo que era más que suficiente. Mientras iba hacia allí, me encontré con Merssai.
-¿A dónde vas, Seb? Se te ve muy apurado.
-Ahora no tengo tiempo de hablar, han secuestrado a mi amiga y he de ir a buscarla
-Oh, ¿Nana? Espero que esté bien. Mucha suerte, chico.
Me despedí con la mano, y anduve a toda prisa a la armería, mientras Édgar me seguía, como una sombra blanca.
Al llegar, me atendió un hombre corpulento, de unos cuarenta años con el pelo medio negro y medio canoso. Estaba sentado en una silla con todas las armas detrás de él, pero debido a su grandeza ocultaba una gran parte de la vista.
-Muy buenas, chaval. ¿En qué puedo servirte?
-Necesito un arco, y flechas, flechas a las que se le pueda prender fuego.
-Tenemos muchos tipos de arcos, elige el que más te guste.
-me da igual cual sea, pero dese prisa, por favor.
-¿Has cogido un arco alguna vez en tu vida?
-Em... no, pero aprendo rápido.
-Ya, claro. -Dijo a carcajadas.- Mira, tengo una ballesta muy buena que será más fácil de usar que un arco, pero vale más caro.
-Me da igual, deme ese. y cincuenta flechas.
-Vaya, eso es mucha munición. ¿Vas de caza?
-Más o menos.
Después de haberme dado todo lo que le pedí, me cobró dos tercios del dinero que tenía, pero iba a merecer la pena.
Fui hasta la puerta de entrada y salí hacia donde me habían indicado, montando en el caballo que Borosio me dejó, con Ed detrás.
Llegué a la montaña donde me encontraron inconsciente, era reconocible por la gran masa de piedra caliente que había al lado. Fijándome por el lugar donde empezaba a ponerse el sol, me orienté y encontré la montaña, bueno, más bien volcán. Tenía un camino en espiral muy angosto por el cual era muy difícil avanzar y tuve que dejar al caballo abajo, pero lo conseguí en poco tiempo.
En la cima ya era casi de noche, y había humo que ascendía desde el cráter y una luz que desprendía calor. Podía escuchar a dos personas hablando, que apenas podía entender, y una tercera que simplemente emitía algunos gruñidos. Me asomé para ver mejor, y lo peor ocurría allí.
Ovires y el viejo mago estaban hablando tan tranquilamente mientras tenían a Nana al borde del cráter atada y amordazada. Me volví a esconder rápidamente, y pude entender algo que dijo Ovires.
-A ver cuando llega ya el imbécil de su amigo, ¿no, Cunwan? Tengo ganas de verle arder en la lava.
-Aquí los que van a arder vais a ser tú, tu dignidad, y el viejo de tu amigo.
-Ya era hora, pensaba que se había cagado la niñita y su perrito. -Contestó para enfurecerme más todavía.- ¿Qué piensas hacer contra nosotros?
-Esto, para empezar.
El viejo mago se acercó a Nana mientras que sacaba la ballesta que llevaba ya cargada, y le disparaba a Ovires en una rodilla, lo que le hizo caer
-¿Es lo que querías?. -Pregunté malévolamente
-¿Es esto lo que tú querías?. -Contestó Cunwan.
Cogió a Nana por la cuerda que le ataba las manos con tanta facilidad que parecía hecha de plumas, y la asomó por el borde del cráter, vacilando mientras Ovires se retorcía de dolor por el suelo.
Yo me quedé de piedra. ¿Por qué hacía esto aquel señor? ¿Qué le hicimos en la torre para que nos quisiera matar?
-No... No puedes...
No me salían las palabras, no podía hablar. Estaba a punto de perder mi única compañía. ¿Por qué tanto odio?
-Sí, sí que puedo. -Contestó el viejo mientras sonreía.- Despídete de tu amiga, insecto.
Pude ver como su enorme mano se abría para soltar las cuerdas por las que la tenía sujetada, y la vi caer con los ojos llenos de lágrimas.
-¡NO! ¿¡POR QUÉ!?
-¡Porque puedo! -Gritó Cunwan.- Y ahora te toca a ti.
Me quedé pensando por un momento. ¿Ya qué más daba? Mi única compañía había muerto y lo único que me mantenía con vida era el pequeño recuerdo de una hermana con un rostro desconocido. Pero no estaba triste. Estaba furioso, rojo de rabia. No iba a darles el placer de acabar conmigo, no si ellos no morían junto a mí. Debía matarlos. Por Nana, por Édgar. Por mí.
-Se te va a acabar ese poder.
Saqué mi ballesta, recargué rápidamente, y acerté en el ojo de Ovires que todavía no se había levantado, y la flecha le atravesó el cráneo.
-Tu turno. -Le dije al mago.
-Ja, ¿crees que sentía afecto por ese inútil? Acaba conmigo si puedes, trozo de mierda.
Mientras Cunwan intentaba provocarme, yo ya había recargado otra vez la ballesta, y apuntaba en dirección a su cabeza. Ed se limitaba a ladrar y enseñar los dientes, ya sabía que no podía hacer nada.
El viejo susurró unas palabras que no pude entender, y se formó la bola de fuego una vez más en sus manos.
-Ya veo que no me vas a hacer nada. -Creyó el mago.- Disfrutaré viéndote arder.
Cunwan lanzó la bola hacia mí, pero era justo lo que quería. Me cubrí con la ballesta y giré la cara para evitar quemarme más de la cuenta. La ballesta empezó a arder, y mis manos se quemaban, y vi como la punta de la flecha que sobresalía del extremo empezó arder.
-No... Tú lo sabías. No creas que...
No aguantaba más las llamas en las manos, así que apreté el gatillo antes de que pudiese acabar la frase. Increíblemente, le acerté en el corazón, y emitió un grito similar a una mezcla de un león rugiendo, dos gatos peleándose y el grito de un oso herido.
Pude ver como ardía y se elevaba en el aire, hasta que paró de arder y de flotar, y cayó al suelo de cabeza y se partió el cráneo. El aire quedó impregnado con un olor a quemado y sangre repulsivo.
Había ganado, había matado a mis enemigos, pero por un precio muy alto. No me había sentido ni tan solo, ni tan triste como en aquel momento. Fue un golpe muy duro para mi. Lo único bueno de mi amnesia fue que no tenía recuerdos felices con mi familia, y no me pude sentir tan mal como ahora. Ella me salvó, y no le pude devolver el favor.
Me senté en el suelo, ante los dos cadáveres, y Ed hizo lo mismo y se tumbó a mi lado. Pude oír los lloriqueos de Édgar, mientras miraba hacia el borde del cráter por donde desapareció mi única compañía. Fue entonces cuando me di cuenta de que se hizo de noche, pero ya no me importaba.
Me puse en pie, y miré a mi alrededor. Por lo visto era el punto más alto, al menos de la zona. El bosque bañaba gran parte del paisaje que podía observar. Podía ver Vorbis Maghul, y pensé en mi retorno, pero no sería lo mismo. Ahora estaba solo. No tenía con quien hablar, ni con quien viajar. Dependía de mí. Sólo de mí.

Memorias de un viaje inesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora