Dos años habían pasado desde aquella maravillosa reunión en el Hogar de Pony. Muchas cosas habían cambiado desde entonces, pero otras tantas permanecían sin alteración. El pequeño orfanato en el valle verde, el diligente trabajo de las dos mujeres quienes eran el alma del lugar, la siempre creciente fortuna de los Andley y el bullicio perennal de la agitada ciudad de Chicago no habían variado un ápice. Sin embargo, la vida de nuestros amigos había atravesado por algunos cambios importantes.
William Albert había tomado total control de su fortuna y ahora se encontraba dirigiendo los negocios de la familia Andley con la sabiduría y el éxito que la tía abuela Elroy siempre había deseado. Archie había decidido entrar a la Universidad donde se encontraba estudiando Leyes para el beneplácito de los padres de Annie, quienes se encontraban muy complacidos con su futuro yerno. Annie, por su parte, también había experimentado cambios positivos. Ahora era, sin lugar a dudas, la dama que su madre siempre había soñado. Dulce por naturaleza y de maneras refinadas gracias a la cuidadosa educación que había recibido, se había convertido en una graciosa criatura con hermosos ojos y una figura impresionante. Más de algún joven de la alta sociedad de Chicago hubiese querido probar su suerte cortejando a la joven, pero desafortunadamente para ellos, Annie y Archie habían sido pareja por tanto tiempo que ya nadie dudaba que se casarían tan pronto como el joven millonario terminara sus estudios.
Patty continuaba viviendo en Florida con su abuela, pero cada verano viajaba hasta Chicago para pasar unas semanas con los amigos que habían llegado a ser los mejores que jamás había tenido. Ella nunca había sido realmente hermosa, pero Dios le había concedido la gracia de un temperamento dulce y una bondad especial que la hacían atractiva a todo el mundo y los hombres no eran la excepción. No obstante, ningún de ellos había tomado el lugar que Stear había dejado vacío y ella no se sentía urgida por encontrar un substituto porque había aprendido que tales cosas nunca deben de forzarse.
Eliza Leagan, por su parte, era ahora un miembro conocido y activo de la alta sociedad de Chicago. Alta y esbelta con ojos matadores y una sonrisa insolente pasaba su tiempo entre bailes de gala, meriendas y demás inútiles eventos sociales de todo tipo. Los hombres la asediaban no solamente por su belleza y fortuna sino porque había logrado una reputación de mujer fácil que atraía a muchos. Ella se había decidido a gozarla sin restricciones en una clase de revancha por los dos jóvenes que nunca pudo tener – Anthony y Terri, por supuesto – y nadie iba a impedirle disfrutar la vida del modo que ella había escogido. Solamente una cosa la molestaba muy en el fondo de su alma oscura, y era su incapacidad de vengarse de aquella a quien su corazón odiaba con todas sus fuerzas, porque esa persona tenía un protector poderoso que aún la indomable Eliza Leagan no se atrevía a desafiar.
Por el contrario, Neil se había convertido en un vergonzoso alcohólico quien a pesar de todos los intentos hechos por Albert para ayudarlo, se mantenía ahogado en el fondo de alguna botella de whisky. Nunca había superado el rechazo que había sufrido y tal vez nunca lo lograría, especialmente cuando el objeto de su afecto estaba totalmente fuera de su alcance.
Ahora más que nunca, mis amigos lectores, Candice White Andley era la personificación dela libertad y la independencia. Había aceptado conservar el apellido de su familia adoptiva como un gracioso acto de simpatía hacia el hombre que amaba como al hermano mayor que nunca había tenido. Ocasionalmente ella le acompañaba a eventos sociales o grandes galas en las cuales era necesario ser visto para el bienestar de los negocios y la reputación de la familia Andley. Pero además de esas raras ocasiones Candy era todavía la joven sencilla y dulce que siempre había sido.
Había decidido conservar su antiguo departamento y vivir ahí sola a pesar de toda la alharaca hecha por la señora Elroy, quien se escandalizaba solo de pensar que una dama viviese sola. Pero aún no contenta con eso, Candy había insistido en conservar su antiguo trabajo como enfermera. Ahora, después de un largo tiempo de duro trabajo para ayudar a su jefe a conquistar la guerra contra el alcoholismo, había finalmente logrado rehabilitar al hombre y ambos estaban entonces trabajando en un gran hospital en el cual habían sido aceptados sin la ayuda de Albert. A pesar de los sinceros deseos del joven por ayudar a su protegida y al buen viejo doctor, Candy insistió en encontrar una salida por su propia cuenta,; y así había sido como, una vez más, se había salido con la suya por sus propios medios.
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Reencuentro en el Vortice (Fanfic de Candy Candy)
FanfictionEsta obra fue escrita por Alys Avalos (Mercurio).