Capítulo 8.

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Estoy de vuelta en casa.

Desde afuera sigo viendo el vidrio quebrado de hace siete años, entro y veo la puerta del patio, también con el vidrio quebrado...

Tal vez muy en el fondo si quiera que mis papás renuncien a ser esposos, no puedo saberlo.

En unos minutos más, mi papá me dice que vino un viejo amigo a invitarme a unirme a su equipo de fútbol, esta misma tarde comienzan los entrenamientos, le digo que sí quiero ir pero iré hasta el segundo día de que entrenen, así tendré tiempo para descansar.

Sé que mi hermana vino con su novio hasta aquí y no creo que se vayan hasta realizar lo que quieren hacer, así que no sé en qué momento se lo dirán a papá, quizá el día que yo no esté le digan.

Quise avisarle a Natalie que ya había regresado y que ocupaba hablar con ella, pero hubo una falla en el internet que impidió hacer eso, aparentemente un tráiler chocó con el poste que daba la señal. Mi hermano se va no sé a dónde, mamá no haya que hacer porque tampoco hay señal de televisión. A lo lejos, escucho a mi papá gritarle a mi mamá, una nueva discusión que no dura ni cinco minutos cuando en eso, entra a mi cuarto.

-¿¡Por qué no me avisas que no tienen internet!? Estoy muy enojado, parece que vivo en una casa donde hay puros mudos, ¿¡No me puedes dirigir la palabra aunque sea para avisarme!?-

No entiendo porque se pone así, si no le avisé fue para no molestarlo, se veía tan bien consumiendo alcohol que preferí que disfrutara su momento.

Regaños, gritos, manotazos a la pared ¿se volvió loco? Me deprime mucho que sea un padre que intente solucionar todo a gritos y con golpes de autoridad, ¿qué no sabe que si habla con su tono de voz normal, también lo escucho? Que me griten me pone mal, me abre todas las cicatrices, soy sensible a los gritos. Pierdo toda la esperanza en que lleguen a solucionar algo. Sale del cuarto azotando la puerta.

Siempre que pasa algo, recuerdo otras cosas que en el pasado me lastimaron y me pongo peor. Esta vez mi cárcel es encerrarme en esto y recordar lo que viví aquella vez que creí haber visto a Taylor. Le pongo candado a la puerta y me acuesto boca abajo en mi cama. Mi amigo que quiere que entre a su equipo de soccer, me habla para informarme que habrá un partido hoy, en una hora más. Sin pensarlo dos veces, me pongo mi ropa deportiva, pido a mi padre que me lleve, de mala gana acepta.

Al llegar, todo parece tan perfecto, me presento al entrenador, ninguna cara me parece familiar. Cerca de las gradas hay una mesa con varios trofeos.

Al hablar con el entrenador me dice que se jugaremos la final, al parecer de un torneo que ya había empezado hace mucho y los directivos dieron oportunidad a los dos finalistas de reforzarse con varios jugadores, soy un "refuerzo".

Hago algunos ejercicios de calentamiento, después tiros a la portería, antes de iniciar el juego, dan la alineación titular.

Comienza el partido. Nuevamente estoy en la banca, me toca esperar mi momento. El área para las porras está abarrotada de gente, con sus cánticos descoordinados intentan apoyar a su equipo favorito. El juego se empieza a poner intenso, hay jugadas de ambos equipos, aunque ninguno llega a rematar a portería. Nuestro entrenador se molesta por el rendimiento que estamos teniendo, los últimos diez minutos se la ha pasado gritando y dando indicaciones que parecen funcionar.

Remate de cabeza y gol. Vamos ganando uno a cero, desafortunadamente nos empatan en menos de cinco minutos. Así concluye el primer tiempo, uno a uno. Me paro a estirar y realizar tiros cuando en eso, me avisan que entraré para el segundo tiempo. Intensifico mi calentamiento, me refresco un poco y termino de escuchar al entrenador. Por fin piso el pasto alto y resbaladizo del campo.

El árbitro se lleva su silbato a la boca y pita el inicio de la parte complementaria. Rezo a Dios por permitirme jugar un partido más y listo, voy hacia el ataque. Primer intento de recuperación y casi lo consigo. Transcurren los minutos y sigo sin tocar el balón. Me abro hacia la banda, corro, me muevo, grito y nada funciona para que mis compañeros me miren. Por si fuera poco, gol en contra, alguien no marcó bien y ya perdemos dos a uno. Los gritos del entrenador entran en mi cabeza y junto con el ardiente sol causan que me maree. No me siento bien físicamente, pero en un partido así no me voy a dar el lujo de salir. Al fin alguien logra pasármela, avanzo rápidamente al área, tiro y la mando muy arriba. Sigo intentando pelear cada balón.

Se acercan los minutos finales y el resultado no nos conviene. Una vez más tengo el balón, no supe como logre burlarme a dos rivales y entrar el área, vuelvo a disparar y en un extraordinario lance del portero logra desviarla y mandarla a tiro de esquina. El más hábil corre a tirarlo, yo espero en la línea del área chica.

El balón agarra una comba perfecta y viene directo hacia mí brinco, el defensa que estaba junto a mí también lo hace, giro mi cabeza y no logro darle al esférico, pero pasa lo peor...

Mi cabeza se estrelló con la del defensa. El dolor es instantáneo, aunque la caída... No la siento.

Mi cuerpo cayó noqueado al piso, tal vez estoy inconsciente, no lo sé, no me muevo, hay sangre tanto en mi cabeza como en mi playera, no puedo reaccionar. Quizás si fue una mala idea seguir jugando por el calor, más los gritos, más este accidente, dejaron a mi cabeza en mal estado. ¡No puedo despertar!

Mi cabeza está junto al poste, quizá después de chocar con mi compañero, terminé estrellándome también en el poste.


Volver a comenzar. EMPH p.IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora