Prólogo

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Nueva York, Estados Unidos

—Hola, preciosa.

Linda se volteó, su pelo suelto siguió el movimiento y sonrió al encontrarse con los ojos cariñosos de su novio. Rápidamente se levantó de la banca para acercársele y él la envolvió en sus brazos, apretándola suavemente contra su pecho.

—Hola, hasta que al fin llegas.

Se separó lo suficiente para mirarlo a los ojos y Max sonrió tímidamente.

—Lo siento, es que me tardé un poco juntando dinero. Y mira lo que logré reunir buscando debajo del sillón, en la cómoda y en los bolsillos de mis pantalones.

Metió la mano en el bolsillo de su pantalón y sacó un puñado de monedas y algunos billetes de cinco y un dólar. La cara de Linda se iluminó.

—¡Ooh! con eso nos alcanza para comprar comida real y no enlatada, ¿Quieres que cocine algo en particular? Vayamos al supermercado ahor...

Max la interrumpió besándola a la fuerza, mordisqueándole el labio inferior y tirando de él. Se separó, dejando a una Linda sonrojada y acalorada.

—Hoy tú no cocinarás. Iremos a un restaurante.

—¿Qué?

—Tengo dinero suficiente como para permitírnoslo.

—Pero... Max, con el dinero que tienes no nos alcanza. Vayamos a mi departamento y yo prepararé algo para cenar, será lo mismo.

—No. Hoy es tu cumpleaños y tiene que ser especial. No te preocupes por el dinero, estuve ahorrando durante meses y conseguí juntar lo suficiente para esta ocasión.

—Pensé que estabas ahorrando para ayudar a costear la escuela de tu hermana.

—Y así fue, lo que no sabes es que estuve empaquetando horas extras en el supermercado.

Linda lo miró sin parpadear, porque no quería dejar caer las lágrimas que de un segundo a otro llenaron sus ojos.

—¿Cuánto dinero tienes?

Él cambió de peso de un pie a otro, pero no contestó.

—¿Max?

—Más de cincuenta.

Al ver que comenzaba a temblarle el labio inferior, Max la abrazó, acariciándole lentamente la espalda.

—Te amo, Linda.

—Yo también te amo.

Más tarde, Max se encontraba en el departamento de Linda, que sólo quedaba a dos cuadras del parque que siempre solían reunirse. Estaba sentado a la orilla de la cama dentro del dormitorio que ella compartía con sus hermanos, mirándola buscar en la cómoda una teñida decente para ir al restaurante, pero no había mucho por escoger. Él no se cambiaría de ropa, porque ya estaba vestido con las prendas más limpias que tenía sin ninguna mancha o agujero que presentara indicios de su pobreza; unos simples vaqueros negros y una camisa cuadrille.

Linda suspiró. La mayoría de lo que tenía eran vestidos osados y conjuntos de lencería erótica; ropa que insinuaba sexo.

Tomó dos vestidos que llegaban a la altura de las rodillas y se volteó para enseñárselos a Max.

—¿Cuál te gusta más?

Eran vestidos parecidos pero con diseños diferentes, que se ceñían a la cintura y eran holgados para abajo. Uno era rojo tipo strapless, mientras que el otro celeste con escote corazón. Linda se enorgullecía de esos dos vestidos. Había podido darse el pequeño lujo de comprárselos después de tantos años usando la misma ropa que solamente los ocupaba en ocasiones especiales.

Lo Daría TodoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora