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CAPÍTULO TREINTA Y DOS.

31 de diciembre
Marta
Terminé de maquillar mis labios con aquel labial rojo tan intenso que me había prestado mi hermana y miré mi reflejo en el espejo. Hacía meses que no me arreglaba. Desde aquella última conversación con él. Desde que supe que tendría un hijo. En ese momento entendí que no estábamos hechos el uno para el otro, así que simplemente le bloqueé y me dediqué a ignorar sus llamadas telefónicas. No había sido fácil, pero estaba haciendo lo correcto, lo mejor para los dos.
- Marta, mamá y papá acaban de llegar.
Volví al presente al escuchar la voz de mi hermana y asentí mientras cogía mi móvil y salía de mi habitación. Me esperaba una noche muy dura, en la que tendría que aguantar las críticas de mis progenitores. Pero era obvio que las merecía. Mi vida había cambiado muchísimo en los últimos meses, y no precisamente para mejor. Había dejado mi trabajo, me había mudado a vivir con mi hermana y su novio al no poder afrontar el gasto que suponía vivir sola y, por si fuese poco, en la universidad cada vez me iba peor.
Entré al gran salón, sintiendo los pasos de mi hermana detrás, y respiré hondo antes de dedicarle mi mejor sonrisa a nuestros padres. ¿Notarían la falsedad de esta? ¿Se darían cuenta de lo mal que lo estaba pasando, de lo hundida que estaba?
- ¡Marta cariño! ¡Estás preciosa!
Sonreí al escuchar las palabras de mi madre, llamándome tonta a mí misma mentalmente. ¿Cómo iban a darse cuenta de mi estado de ánimo, si llevaban toda mi vida sin hacerme caso?
A pesar de mi decepción inicial, el resto de la cena fue mejor de lo que me esperaba. No hubieron reproches, ni malas caras al enterarse de que seguía sin encontrar trabajo. Simplemente nos dedicamos a cenar como una familia normal, como habíamos hecho muy pocas veces.
Al terminar de cenar, ayudé a mi hermana a recoger la mesa y a preparar las cosas para partir el año.
Y fue entonces cuando, después de medio año sin saber nada de él, recibí aquel mensaje.