1.
Empezar de cero.
Eso era lo que realmente necesitaba... Empezar desde cero.
¿El problema? Nadie puede volver a empezar desde cero. Es imposible olvidarte de todo lo que ha pasado, de todo lo que estas huyendo. Siempre habrá algo, un lugar, una canción, incluso toda tu ropa, cualquier cosa que volverá a recordarte lo que creías olvidado pero que en realidad sigue ahí.
Y es que es cierto, los recuerdos no se olvidan, se esconden muy en el fondo de tu mente o tu corazón, y cuando vuelves a escuchar esa canción en la radio... ¡Zas! Salen. Y todo vuelve a tu mente y piensas... Joder.
Porque sí, porque son muy capullos. Aunque claro... ¿De quién es la culpa? Nuestra. Porque en realidad no queremos deshacernos de los recuerdos. Nadie quiere olvidar ni los buenos ni los no tan buenos. Porque de los buenos se disfruta, y de los no tan buenos... Bueno, de ellos se aprende, o eso dicen.
En realidad no podía quejarme de nada. Ahora tenía una casa. Un piso en un edificio destartalado al que le hacía falta una buena capa de pintura y la mitad de la barandilla de la escalera. Pero bueno, que estaba bien. Tenía mi cama, mi cocina y mi baño. Incluso tenía un saloncito con un sofá y una mesita que no estaba mal. Suficiente. Además, que el alquiler era una ganga y allí vivía de puta madre, sin vecinos molestos ni nada de eso, todo de cine.
También tenía un trabajo. Una mierda de trabajo, pero me pagaban... y bueno, tirando. Trabajaba de camarera en un stripper. Que en fin, que yo tenía pocos prejuicios para esas cosas, las chicas eran la hostia, sí, pero mi jefe un capullo al que no soportaba. Lo que hace la gente por dinero...
El trabajo fue lo primero que conseguí cuando llegué a la ciudad. Era de noche y un puto yonki empezó a perseguirme pidiéndome dinero para coca. Me asusté mucho cuando empezó a amenazarme con una navaja y me acorraló en un callejón. Lloré con todas mis fuerzas y deseé volver a casa, como si golpeando un par de veces los talones pudiera regresar.
La cosa salió bien y eso, el tío no me hizo nada. Básicamente no podía moverse después del botellazo que le había dado aquella chica. Se ve que me escuchó gritar y se acercó a mirar. No sé por qué se arriesgó conmigo, a lo mejor le di pena, pero me salvó y bueno, que le debo mucho.
El yonki se quedó inconsciente en el suelo. Le quité la navaja y desde entonces no la saco del bolsillo de la cazadora. No se sabe cuándo puede volver a hacerme falta.
La chica se me quedo mirando, no sabía si daba más miedo el yonki o ella, con todo el maquillaje corrido y aquel recogido de vértigo que llevaba. Pero resultó ser buena tía pese a sus pintas.
Eso era algo que había aprendido aquí. El no juzgar a alguien por su aspecto. «Porque en estos lares de extrarradio el borracho puede salvarte la vida y el empresario matarte en un callejón sin salida. » O eso decía siempre Ian.
Qué poético, pero que razón tiene el condenado.
Después de quitarme de encima al yonki la piba se me acercó. Parecía que iba borracha, porque no mantenía bien el equilibrio sobre los tacones.
- ¿Te has perdido? - Me preguntó, con aquel acento tan americano que me costó pillar.
Hacía tiempo que no hablaba en inglés, desde que murió mi abuelo cuando tenía doce años.
Mi abuelo era un hombre elegante y atractivo, incluso cuando lucía aquellas camisas tan estrafalarias que solía llevar. Todo le quedaba bien, y siempre parecía que tenía algo mejor que hacer que estar contigo, aunque le gustase pasar tiempo con su familia.
ESTÁS LEYENDO
Como la cafeína para la resaca.
ActionDespués de tres años viviendo en los barrios bajos de Nueva York, Maxine Bianco se había acostumbrado a la extraña rutina de su vida, como a sus horarios de vampiro, a tratar con borrachos o simplemente a reconocer la sirena de la policía desde la d...