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La resaca es algo así como despertar y no recordar el sueño. El miedo sigue presente, no sabes a qué, pero está ahí. Y todas las emociones que sentiste la noche pasada te golpean con fuerza, y todo te da vueltas.

― Necesito una aspirina... ― Mustié, enderezándome en la cama.

Eso de la resaca era una puta mierda. Así como definición. A parte de las náuseas y el malestar no te acordabas de nada, y estabas como que no estabas. Así como perdida y desorientada.

Tú sí que estás perdida Max, que no sabes ni dónde coño estás.

Miré a mi alrededor, las sábanas deshechas de la cama, el suelo de madera desconchado y el armario incrustado que ocupaba una pared entera. Era un armario grande, sí. Sería una pasada de armario si tuviera ropa con la que llenarlo.

― ¿Cómo mierda he llegado a mi casa? ― Mustié, rascándome la cabeza mientras me desperezaba.

― Joder, Max. Cierra la puta boca, anda. Que me duele la cabeza.

Oh, dios. Oh, dios. Oh dios. ¡Que alguien me explique qué coño hace Ian en mi cama en calzoncillos! ¡Ya! ¡Rápido! ¡Y que la respuesta sea algo razonable!

― Me cago en la hostia, Ian. ¿Qué cojones haces en mi cama? ― Grité, demasiado espantada como para hacer otra cosa.

― Joder, tía. Pues intentar dormir, no te jode.

― ¿Así? ― Señalé su ropa interior y me crucé de brazos. Levantándome de golpe.

― ¿Así... cómo?

El muy gilipollas estaba medio dormido y no se enteraba de una puta mierda. Si es que de verdad, como si se hubiera follado a un puto perro, que lo que le interesaba era dormir la mona. Sus huevos. Este se levanta como que yo me llamo Maxine Bianco.

― ¡Levanta ahora mismo gilipollas, y dime por qué cojones estás medio desnudo en mi cama! ― Cogí uno de los cojines y comencé a darle en la cabeza con él.

Levantó la cabeza de entre la almohada y me sonrió de lado. Como si acabara de captar la información que llevaba minutos intentando sonsacarle.

― No te acuerdas... ¿verdad? ― Oh, no. Su sonrisa. Me cago en la hostia... ― Max... tranquila, fue muy especial para mí...

Vale, perfecto. Ahora es la parte de la historia en la que me suicido.

― ¿Quieres decirle de una puta vez que no os acostasteis? ― Gruñó Dan apoyado en la puerta.

Éste también estaba en calzoncillos y con el pelo revuelto, como si hubiera decidido acampar aquella noche en el campo.

― ¡Me cago en tu puta madre Ian! ¡Pesaba que nos habíamos acostado, gilipollas! ― Grité, de pronto más histérica que al principio, pero esta vez de rabia.

― ¡Socorro! ¡Una psicópata intenta matarme! ― Gritó Ian, poniéndose en pie de un salto mientras daba vueltas saltando por la cama para que no le diese con el cojín. ― ¿Pero se te ha ido la puta cabeza o qué?

― Tú sí que vas a perder la cabeza, pero a hostias que te voy a dar, subnormal. ― Gruñí, y comencé a perseguirle por toda la habitación.

― ¡Daaaan! ¡Socorrooooo! ― Gritaba el rubio, saltando de un lado para el otro.

De pronto, sentí como alguien me cogía de la cintura y me cargaba en su hombro para lanzarme de nuevo contra la cama, esta vez, aplastándome con su peso.

Como la cafeína para la resaca.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora