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Hacía ya varios días que el tal Dan Walker había llegado a la ciudad y yo no tenía ni puta idea de quién era. Los chicos estaban desaparecidos y no se les veía el pelo por el local, pero oye, que con el humor que me traía aquellas semanas mejor para ellos.

Desde que todo el mundo se enteró de la noticia, The moonlight estaba lleno de borregos con ganas de celebración, lo que significaba más trabajo para mí.

Además, que entre mis horarios de vampiro y las pocas horas que dormía por la mañana parecía un puto zombie. Vamos, que estaba fea de cojones.

Yo no es que sea muy guapa, pero de ahí a ser un orco pues tampoco. Tenía la piel así como bronceada todo el año, y una melena larga de un marrón muy bonito. Pero vamos, que poca cosa más. Tenía los ojos oscuros, casi negros y muy grandes. Y unos labios finos y pequeños que supongo que armonizaban mi rostro, o eso me decía mi abuela cuando era pequeña.

No sé vamos, que del montón. Tampoco es que pasara tiempo delante del espejo. No me gustaba mirarme mucho, me ponía nerviosa y acababa de un humor de perros que ni yo me soportaba. Por eso simplemente me echaba un vistazo rápido cada tarde y me iba a trabajar.

Por suerte aquel fin de semana no tendría que pasar ese mal trago frente al espejo.

La noche anterior me había presentado en el local echando humos, llevaba semanas trabajando sin descanso, dejándome el lomo a trabajar, y me merecía un fin de semana a mi rollo, sin gente que me molestara y mierdas de esas. Sola y descansada.

Para mi desgracia Vicky no estaba, por lo que tendría que pedirle el descanso a Tex, y no sabía si estaba en condiciones para aguantarlo.

Lo encontré en su despacho con un par de jeringuillas en la mano y varios pinchazos en el brazo. Iba colocado a más no poder, con los ojos rojos y aquellas pintas de vagabundo desaliñado. El despacho olía a cerrado y a humedad, como si no hubiera salido de allí desde hacía días.

— ¿Qué mierda quieres, Max? — Me espetó con asco.

De verdad que si no me hubiera dado tano asco le hubiera partido la cara allí mismo, con una hostia de las buenas y todo.

— Este finde no trabajo, búscate a otra en la barra y olvídame por unos días, ¿estamos? — Gruñí, cruzándome de brazos.

Tex me miró con los ojos entrecerrados, pero no dijo nada, asintió con la cabeza y siguió a lo suyo.

— El lunes te quiero aquí a las nueve, vas a hacer turno doble.

Yo tampoco repliqué. Imité su gesto con un asentimiento de cabeza y me largué de allí, con unas náuseas increíbles.

De verdad que Tex me daba mucho asco, se parecía mucho a una rana. Con los ojos saltones, poco pelo y la boca muy grande. Era bajito, pero imponía bastante con aquella cara de pocos amigos que llevaba siempre encima.

Me daba mucho asco por aquel gusto que tenía por las tías de veinte, sobre todo con Rose, una de las primeras chicas que entraron a trabajar en The moonlight. Iba tras ellas como un perro baboso, y no tenía descaro a la hora de mirarles el escote o el culo. Y mejor si lo toqueteaba un poco antes.

Conmigo fue igual al principio, hasta que le solté un botellazo al estilo de Vicky. Así fue como conseguí el respeto de los de allí. Desde ese momento la chusma que se juntaba en el local se guardaba un poco a la hora de mirarme las tetas o de hablar conmigo. Y que juntarme con un tío como Ian o Reed ayudaba baste, todo sea dicho.

Como la cafeína para la resaca.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora