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Los chicos no trabajaban, eso era algo que tenía muy asumido desde que los conocí. ¿Cómo sacaban el dinero? Mejor no preguntar.

― ¡Buenos días! ― Gritó Ian entrando por la puerta de la casa como si fuera el rey del mundo, sonreía de esa forma con la que solo sonreía cuando sabía que iba a follar fijo o a conseguir dinero.

― Resulta raro que lo digas a las diez de la noche. ―Saludó Reed, entrando justo después de Dan.

― ¡Chicos! ― Saludó Calipso, acercándose a todos y dándoles un sonoro beso en la mejilla. ― ¡Por favor! ¡Decidme que vais a sacarme de aquí esta noche!

Calipso juntó las manos como si estuviera rezando y empezó a susurrar una y otra vez un muy desesperado "por favor".

― ¡Por favor, chicos! ¡Maxine no me lleva de fiesta!

― ¡Te he sacado esta mañana! ― Mustié cruzándome de brazos.

― ¡Sí! ¡Pero al taller de Leroy! ¡Eso no cuenta! ― Replicó la peliazul.

Me encogí de hombros y me senté en el sofá dispuesta a fumarme el último cigarro de la noche.

― Tengo que ir a trabajar... ― Dije con simpleza.

Calipso rodó los ojos y se agarró al brazo de Ian.

― Bueno... ¿Qué habéis pensado esta noche, chicos? ― Dijo emocionada. ― ¿Vais a llevarme a pillar una buena?

― Vamos a llevaros ― Dijo Dan, enfatizando en aquel "vamos" que me incluía. ― a pillar una buena, sí. Pero no es lo que pensáis.

Fruncí el ceño y me tumbé en el sofá indicando que a mí nadie me sacaba de casa aquella noche.

― ¿Y qué es lo que tenéis pensado?

― Oh, digamos... Que hay una fiesta de lujo cerca de aquí a la que acabamos de autoinvitarnos. ― Comentó Ian, metiéndose las manos en los bolsillos de la cazadora con falsa inocencia.

― Eso no suela muy legal... ― Dije con sorna, echando la cabeza atrás para ver a los chicos desde mi posición.

― ¡Por dios, macarroni! ¿Algo de lo que hacemos nosotros es mínimamente legal? ― Dijo Dan dándome un capón en la frente.

― ¡Ay!

― Yo me apunto. ― Asintió Calipso. ― Lo que sea con tal de salir de aquí.

― Tienes la puerta ahí para cuando quieras largarte y no vivir de ocupa. ― Mustié incorporándome del sofá para lanzarle una mirada significativa a la peliazul. Calipso me sacó la lengua y se cruzó de brazos. ― Sea lo que sea, yo paso.

― ¡Max! ¡No puedes pasar! ― Se quejó Ian haciendo pucheros.

― Venga guiri, mueve el culo. ― Prácticamente ordenó Reed. ― No tenemos toda la noche.

― ¡Que he dicho que yo no voy, hostia!

Aquel día todos se pusieron de acuerdo para joderme la noche, estoy segura; porque justo después de pronunciar esa frase Reed me levantó del sofá y me subió sobre su hombro cual saco de patatas y me subió al coche, asegurándose de que no salía corriendo.

Como la cafeína para la resaca.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora