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La ciudad en invierno, cubierta de nieve y llena de ese espíritu navideño que lo envuelve todo... Es un puto coñazo. Sin más. Su madre, qué frío.

― No sé cómo mierda aguantáis en esos trajecitos con este frío, Audrey. ― Comenté, mirando el nuevo modelito que Tex había comprado para las chicas de The Moonlight por las fiestas.

La morena se encogió de hombros y agitó el pelo rizado como si fuera un anuncio de champú. La verdad es que el conjunto rojo le quedaba de puta madre con su piel oscura, pero eso no quería decir que no se estuviese congelando.

― Eso es porque tú me pones caliente, Max. ― Bromeó, y me dio un sonoro beso en la mejilla. ― Venga, tía. ¡Alegra esa cara!

― Max tiene cara de amargada todo el año, no creo que pueda cambiarla. ― Comentó Ian, cogiéndome de la cintura por detrás y zarandeándome como si estuviera bailando una lenta.

― Iros a tomar por culo, anda... ― Gruñí, a lo que ambos soltaron una carcajada y chocaron el puño a mi costa.

― ¿Qué vais a hacer estas fiestas? ― Preguntó Vicky, echando un vistazo rápido al número del escenario.

La rubia no había parado en todo el día con los preparativos del espectáculo de aquella noche, y estaba más alterada de lo normal, aunque ella se molestase en continuar negándolo. Creo que estaba preocupada por Rose, esta era la primera actuación de la chica desde que se había recuperado del "accidente" y Vi andaba de los nervios.

― Nada, cómo siempre. ― Comenté, pillándome un cigarro y encogiéndome de hombros.

Había dejado de celebrar la navidad desde que me marché de Italia, y la verdad es que tampoco me apetecía nada celebrarlo.

Gente, fiesta, alcohol y celebración. Prácticamente las Navidades eran mi día a día en el barrio, solo que con música cutre. Tampoco es que me perdiera gran cosa, ¿sabes?

― Joder, qué sosa.

― Ni que tú fueras a hacer algo mejor. ― Le saqué la lengua a Ian.

El rubio rodó los ojos y apagando el último cigarro de la noche, se levantó del taburete.

― Lo que tú digas, guiri, ¿vamos?

Los chicos y Calipso nos estaban esperando en su casa, e Ian había venido a recogerme al bar para que no fuera por ahí sola, así, cómo si necesitase un guardaespaldas o algo.

Lo miré con el ceño fruncido y me crucé de brazos, allí se estaba bien, decente al menos, fuera seguro que hacía un frío de tres pares de cojones, y no me apetecía nada salir.

― Pero quiero quedarme aquí un rato más. ― Mustié.

― Y yo quiero comerme la cena que me está esperando en casa, así que andando. Ya es tarde. ― Ordenó y al no obtener ninguna reacción por mi parte, me cargó en brazos como un saco de patatas. ― Tú te lo has buscado. ¡Adiós chicas!

― ¡Ian, bájame!

― ¡Adiós, guapos! ― Se despidió Audrey, saludando enérgicamente con la mano.

― ¡No te despidas tanto y ayúdame! ― Le reproché, a lo que la morena se dedicó a encogerse de hombros y comenzar una conversación con Vicky. ― Traidoras... ¡Ian, bájame!

Como la cafeína para la resaca.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora