12.

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Empezaba a dudar de que mi piso no era un hostal de verdad y hubiera vivido engañada estos tres años. Debería de empezar a cobrar la entrada como si fuera una discoteca o algo, o yo que sé, al menos que me ayudaran a pagar el alquiler.

Alguien intentó abrir la puerta de la casa con ansia y luego soltó un muy frustrado «mierda». Me acerqué a abrir la puerta.

― ¿Por qué tienes la puerta cerrada con llave? ― Preguntó Dan, entrando con el ceño fruncido y cara de pocos amigos.

Levanté una ceja y me lo quedé mirando. ¿No se acordaba de que había un asesino suelto por ahí o es que la paliza le había quitado las pocas neuronas que tenía?

Había mandado a Dan a por vendas y alcohol para curarle las heridas de la cara hacía como tres horas, y el muy capullo se presentaba ahora pidiendo explicaciones.

― ¿Dónde coño estabas? ― Pregunté cruzándome de brazos. ― Llevas tres horas fuera.

Dan se volvió a mirarme y sonrió de lado.

― ¿Estabas preocupada por mí, macarroni?

― ¿Qué? ¡No! ― Meneé la cabeza. ― O sea, ¡sí! ¡Joder!

Dan levantó la mano como para pedirme que me callara y se sentó sobre la encimera de la cocina de un salto. ¿Es que este chico no sabía sobre la existencia de las sillas?

― Ya, ya. Da igual, Max. ― Sonrió y se encogió de hombros. ― ¿Dónde está?

Supuse que se refería a la adolescente que estaba de ocupa en mi cama, aunque después del susto de aquella noche no me extrañaba nada que se hubiera desmayado en cuanto Dan la cogió en brazos.

― Sigue durmiendo. ― Dan asintió y se encogió de hombros. ― Venga ven, ese ojo cada vez tiene peor pinta.

Cogí un trapo limpio y lo empapé de alcohol, ni siquiera le avisé de que aquello le iba a doler, simplemente le acerqué el trapo a las heridas y esperé a que se quejase. No lo hizo, sólo dio un saltito en el sitio por la impresión, pero no se quejó.

La casa se quedó en silencio.

No sabía si era un buen momento para arrollar a Dan a preguntas, para soltarle lo que tenía en la cabeza desde que escuchamos los gritos en el callejón.

― Sabes algo sobre Hannibal Lecter. ― No era una pregunta, era una afirmación.

― Sí.

― No vas a decírmelo. ― Aquello si era una pregunta.

― No te hará ningún bien saberlo.

― Me ayudará a superar lo de Ciara.

Dan me miró fijamente y yo apreté más el trapo sobre la herida, exigiendo una respuesta. Apretó los ojos ante el dolor y suspiró, pero no dijo nada.

― Ya sabes más de lo que deberías, Max. No te metas en asuntos turbios. ― Era una advertencia, pero su tono de voz denotaba una amenaza. ― Por favor...

Se me cayó el trapo al suelo ante aquella súplica, parecía... preocupado.

― Por favor...

El recuerdo de aquella noche me vino como una ráfaga de aire frío en pleno invierno. Los rostros ocultos, la sensación del cañón de la pistola en la frente o en la espalda, la voz de Ciara llorando antes de que se la llevaran lejos de mí y las cuatro paredes fruto de mi claustrofobia.

Como la cafeína para la resaca.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora