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Sabía que no llegaría a tiempo al taller de Leroy, ni siquiera tenía la certeza de que Owen estuviera allí o de que Dan hubiera ido a buscarlo al mecánico. Por eso decidí esperarlo en el rellano del edificio de los chicos, sentada en el bordillo, apoyada en el verja vieja y oxidada que parecía que iba a caerse a pedazos.

Lo normal, vamos. Porque todo acaba cayéndose a pedazos algún día, puede que sea de golpe y sin avisar, un disparo certero que acaba por derrumbarlo todo, como el que recibió Ciara la noche del secuestro; o puede que sea poco a poco, oxidándose, doblándose, aguantando hasta el último segundo agarrado a una cuerda e intentando subir todavía más alto, hasta que el sudor de las manos hace que resbales y caigas.

No recuerdo cuanto tiempo estuve esperando, solo que perdí la noción del tiempo, y cuando llegó, fue él el que me sorprendió a mí.

— Max, ¿qué haces...? — Preguntó Dan, acercándose con miedo a mí.

Aquella noche iba jodidamente guapo, o tal vez fueran las pintas de pantera que llevaba, que lo hacían parecerse mucho a un felino a punto de atacar y eso me encantaba.

— ¡Dan! — Dije, volviendo al mundo de la realidad. ¿Había estado a punto de quedarme durmiendo? — ¿Por qué lo has hecho?

— ¿Qué?

Vale, tal vez debería ser más clara cuando hablo. Pero es que las palabras se me atropellaban en la lengua, queriendo salir todas al mismo tiempo.

— Las carreras...

Max, hablar con palabras sueltas no es explicarse mejor.

— ¿Has hablado con Lennon? — Preguntó, pero no esperaba ninguna respuesta.

— ¿Creías que no me enteraría?

— Claro que no. — Negó con la cabeza, y el pelo ya despeinado de por sí se le despeinó más. — Sabía que lo harías, solo esperaba que tardaras un poco más de tiempo en ir a hablar con él...

Me crucé de brazos. La noche se había vuelto muy fría.

— ¿Por qué lo has hecho? — Repetí, desafiándolo con la mirada.

— Era mi forma de pedirte disculpas, no debí de decir eso sobre Lennon y tú...

«¿Qué?»

— ¿Qué? — Pregunté sorprendida.

— Me pasé de la raya, ¿vale? — Se le notaba incómodo, metiendo y sacando cada dos por tres las manos de los bolsillos de los pantalones y dando vueltas frente a mí en el reducido espacio del postigo. — Solo quería ayudar...

— No... No te he pedido ayuda... — Dije, intentando mantener mi enfado, pero me estaba costando horrores.

Estúpido Dan Walker que siempre sabe cómo pillarme desprevenida.

— ¡Ese es el problema, Max! — Soltó de pronto, pasándose las manos por el pelo. — Si tan empeñada estás en meterte directa en la boca del lobo, déjame protegerte...

Se acercó a mí, demasiado cerca; tanto que me llegaba de lleno el olor de su colonia, su sello.

— No necesito que me protejas... — Mustié.

Sonrió y asintió. Sabía que era verdad, que no necesitaba de la ayuda de nadie para defenderme.

— Entonces déjame ir contigo...

Como la cafeína para la resaca.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora