7.
Cuando me dieron el alta los chicos ya se habían ido por ahí, aunque prometieron que al día siguiente vendrían a casa a comprobar como estaba y eso. Lo que significa que traerían alcohol, maría y un poco de música. Si es que de verdad, se aprovechaban de la primera excusa para armarme un follón. Pero bueno, que después del mal trago no iba a rechazar una noche en condiciones.
Antes de salir del hospital me dio por visitar a Rose. Para pedirle disculpas y todo. Porque de verdad que me sentía muy mal. No debería haberme dejado arrastrar así. Hacía años que no me pasaba, que había aprendido a controlar la claustrofobia. Y ahora, todo se había ido a la mierda.
Toqué cuidadosamente la puerta de madera y entré en la habitación. Rose todavía estaba inconsciente, la enfermera dijo que se despertaría probablemente mañana, pero que lo mejor que podía hacer era seguir durmiendo, así tal vez no le doliese tanto.
Estaba acostada en la cama, completamente inmóvil en una posición nada cómoda, con grandes ojeras violeta bajo los ojos y el pelo revuelto y manchado de sangre.
Me dio miedo acercarme. Me recordó mucho a él. A la vez en la que yo había estado en la misma situación que Rose.
Un escalofrío me recorrió la espalda y no pude evitar retroceder poco a poco. Hasta que la pared me impidió continuar.
Mierda. Había sido mala idea venir. ¡Si es que joder!
Los ojos se me empañaron y tuve que obligarme a no parpadear para que las lágrimas no cayeran. Siempre que lo recordaba me sentía muy pequeña. Inútil e indefensa. Impotente.
Un movimiento de la chica me hizo caer de nuevo en la realidad.
Él no está aquí. No sabe dónde estás. Estás a salvo, Max.
Me acerqué a la camilla aun con las manos temblorosas. Rose no se merecía lo que le había pasado. Nadie se merecía nada como aquello. Y sin embargo, cosas así le seguían sucediendo a personas inocentes. Asco de sociedad.
― Rose, yo... ― Intenté pronunciar, pero las palabras se me enredaban en la lengua. ― No debería haber pasado esto... Lo siento. ― Clavé la vista en el suelo. Tal vez si no la veía, si no veía los moratones de su piel no pensaría tanto en eso. ― No debería haberme dejado arrastrar por el miedo, debería haberte ayudado cuando me pedías ayuda.
Moví incómodamente los pies. Mirándome en todo momento la punta de los zapatos o los agujeros de los vaqueros.
― Sé lo que es... ― No me atreví a pronunciarlo. ― No es agradable. Pero... lo superarás, ¿vale? No de la noche a la mañana, ni en un par de meses, ni en un par de años... Pero algún día lo harás. Todo se supera, joder. ― Hice una pausa. ― Yo todavía no lo he superado, pero espero hacerlo algún día. Quien sabe, tal vez lo supere la próxima vez que me tome una cerveza, estaría bien eso de solucionarlo todo con una buena copa.
Sonreí. Ni siquiera estaba segura de sí Rose podía o no oírme. Mejor dejar las cosas como están. Seguir viviendo la vida como los poetas y los filósofos. Viviendo el presente y dejando los problemas para las cartas de amor y las clases de ética. Que la gente ya tiene suficiente mierda en su vida como para estar recordándola a cada minuto. Mejor vivir a medias, o del todo. Despacio, deprisa o sin aliento. Vivir en falso o a pecho descubierto. Vivir del revés estaría bien. O de lado o bocabajo. Vivir a lo tuyo, sin prisas ni agobios. ¡Sería la hostia, sí! Una pena que no podamos ir por ahí con la cabeza en las nubes y con el corazón en la mano. Una lástima eso de que la gravedad nos obligue a poner los pies en la tierra. O ese estúpido lema que nos dice que el cielo es el límite cuando la primera lección de vida que aprendes en las calles es que eres libre.
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Como la cafeína para la resaca.
AkčníDespués de tres años viviendo en los barrios bajos de Nueva York, Maxine Bianco se había acostumbrado a la extraña rutina de su vida, como a sus horarios de vampiro, a tratar con borrachos o simplemente a reconocer la sirena de la policía desde la d...