Agua caía por sus mejillas,
pero no provenía del cielo,
o del grifo de la ducha.
Brotaban de sus ojos lágrimas desconsoladas.
Rozaron sus labios,
eran saladas.
¿Ese era el sabor del desengaño?
Desordenadas por su piel,
unas primero, otras después.
Una vez que empezaba no podía parar,
pero eso no le hacía sentirse mejor.¿Cuánto tiempo iba a seguir así?
Venga, ya está, le decía su cerebro.
No, todavía no, insistía el corazón.
No merece la pena, le repetía la razón.
Yo lo quiero, le recordaba el amor.¡Levántate! Se gritaba a sí misma.
No llores por quien no te quiere.Pero un corazón enamorado
es difícil de convencer.