Capítulo 6 - ¿Y ahora qué?

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Era ya mediodía y el inclemente sol no dejaba de enviar sus incandescentes ondas de radiación, dando vida a muchos seres pero también haciéndole la vida miserable a otros. El ensordecedor sonido de la metrópolis de Night Valley se encontraba en su auge gracias a la tan agraciada hora pico. Centenares de personas caminando de un lado a otro en las opulentas aceras, la mayoría con teléfono en mano o cualquier otro dispositivo de comunicación para mantenerse en contacto con sus allegados o para mantener las tareas del día en lista.

Esta es la hora de oro para Teobuck, después de todo la masiva concurrencia de gente que se detiene a comer un snack o almorzar de pleno significaba mucho más dinero para la jornada. Y ahí se encontraba Teobaldo junto a su hermana, ambos trabajando incesantes atendiendo a la mayor cantidad posible, su local se destacaba por el buen trato y la velocidad en la que servían, haciendo así el paso de los comensales aún más placentero.

Entre toda la muchedumbre Teobaldo no alcanza a ver bien exactamente quién entraba al local, y con mayor motivo dado a la alta actividad. Pero, sin percatarse, no cayo cuenta de que Antonieta, la mejor amiga de Rebecca había entrado al sitio. Una mirada asesina en su rostro siendo un poco ridiculizada dada su peculiar baja estatura y su semblante atractivo. Ella era una mujer de vestirse bien, pero siempre había que bajar un poco la mirada para poder detallarla por completo.

Aún así, su mirada era inquisidora, inspeccionando la cara de cada una de las personas como un perro que busca una pelota el cuál su dueño nunca lanzó para engañarlo y luego reírse de la ingenuidad de este. De brazos cruzados y posición firme dificultaba la entrada y salida de las demás personas al estar completamente atravesada en la pequeña puerta de cristal que funcionaba como único portal para acceder al pseudo-restaurant. Luego de unos eternos minutos pensó haber dado con quién creía ser su objetivo, por lo que dejo su postura de soldadito de plomo y avanzó al interior, atravesando entre oleadas de personas satisfechas y parlanchinas luego de una buena comida.

Al llegar al centro divisó a un hombre joven alto y apuesto, ojos pardos oscuros, con una quijada marcada y definida y de cabellera oscura un poco larga, con una vestimenta un tanto elegante y un carnet de empleado colgando de su delgado cuello. Le transmitía el mensaje de que este no era un empleado regular y denotaba su importancia y superioridad en la pirámide laboral del negocio - Esta parece ser la descripción correcta de un imbécil perfecto - pensó ella, por lo que con un paso apresurado y estilizado hizo resonar sus altos y pesados tacones rojos con la caoba del pulido suelo.

Teobaldo estaba manejando la caja registradora en ese momento pero en cuestión de un parpadeo tenía a una elegante mujercita con los brazos postrados sobre el contador y una mirada increíblemente fulminante que se clavó en él antes que pudiera notarla siquiera. Volteó la cabeza lentamente para cruzar sus ojos curiosos con los ámbar de ella.

-- ¿Eres Teobaldo cierto? -- Inquirió ella ignorando toda formalidad.

Teobaldo un tanto estupefacto por lo directo de la pregunta, tartamudeo un poco hasta responder algo coherente. -- Eeeeh... ¿S-si? --

-- Perfecto. -- ella le regaló una pequeña sonrisa.

Fue lo único que escucho él, antes de sentir una increíble fuerza golpeando su pómulo derecho y volteando su cara por completo. Antonieta sin pensarlo dos veces atinó un certero golpe a la cara de Teobaldo, con una técnica y precisión sublime, digna de un profesional en artes marciales.

El silencio inundó el lugar seguido de un aullido de dolor. Todos se hallaban boquiabiertos, incluso los que no estaban comiendo.

El impacto lo dejó mareado y por unos segundo sentía como su conciencia se escapa de su mente, pero pudo recobrarse luego de unos segundos llenos de un dolor y ardor intensos. Con la mano se estaba acomodando un poco la quijada dado que sentía que el golpe la había sacado de su sitio. La hermana de Teo estaba al otro final del contador pero sosteniendo un bate en sus suaves manos. Antes de que ella se abalanzara con dicho instrumento Teobaldo le hizo una seña para que se detuviera mientras aún trataba de recomponerse por completo.

Las caricias de TeobaldoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora