David había llegado en las horas vespertinas del día, por lo que ya no quedaba mucha luz solar. Rebecca trató de finalizar sus consultas lo más rápido posible, las palabras de aquel moreteado sujeto eran... Escalofríantes.
—El llegó a la sala de emergencias, con una herida de bala... Fue horrible, perdió mucha sangre—.
Sintió que una lágrima corrió por su mejilla en medio del relato, aún así se mantuvo firme.
—Por suerte llegó a tiempo. Aún con eso, quedó en shock y continúa en coma... No hay expectativas con respecto al día en que despertará—.
Su corazón se hundió en su pecho, se entremezcló con su estomago. Las náuseas casi generan arcadas, su piel sudó frío. Era agobiante. Tal descripción, tal desastre. Era una mezcla de sucesos que la hacían sentirse horrible.
Pronto, al notar la expresión de Rebecca, David decidió callar. Ella continuó con su diagnóstico, había recompuesto su postura profesional. Pero solo en la superficie. Por dentro solo quería salir corriendo, asegurarse personalmente de que todo iría bien. El trato de ofrecer una palabras de ayuda, pero para nada sirvieron. Su cuerpo trabaja tenso, rígido. Funcionaba igual que una maquinaria sin aceite o lubricante. El silencio permeó el resto de la cita médica.
Ella tenía que ver a Teobaldo lo más pronto posible.
Terminó de tratar con los pacientes lo más rápido que sus manos podían, pero, el manto de la penumbra yacía sobre ella. La gélida ventisca golpeó su perfilado rostro. Un recordatorio de que ya era demasiado tarde, el horario de visitas había finalizado. Vencida, empezó su caminata a casa. La ruta de siempre parecía ser millas mas larga de lo usual. Su mente estaba completamente nublada a causa de las malas noticias. En su mente transcurría el recuerdo de esa noche, una y otra vez. Un bucle que no hacía más que maltratar su pensamiento.
Se sentía fatal al llegar a casa. Revisó su smartphone, re-leyó los mensajes una vez más. Cuánto veneno había en sus palabras, y mas aún, en su pensamiento, aquel día. Junto a su fiel camarada, Antonieta. La conversación se basaba alrededor de puras barbaridades. Perfectas para describir a ese individuo, Teobaldo.
—Maldita sea...— Profanó, antes de caer en llanto.
No lo quería admitir, pero un gran afecto—quizá causado por la compasión—, se impuso sobre todo lo demás. Ansiaba verlo, asegurarse de que nada grave hubiese pasado. Y así, quizá, tener la conversación que debían haber tenido unos días atrás.
Revisó la hora, 11:47 p.m. Llevaba al menos 20 minutos llorando sin cesar. Por un instante pensó en llamar a su querida amiga, pero eso probablemente generaría mas incomodidades, que otra cosa. A ella no le daba por tocar temas sensibles.
Después, tomo quizá la mas larga ducha en su vida. Aparte de limpiarse la piel, fue una sesión terapéutica. El ardor del agua caliente le ayudaba a distraerse por un momento, y pensar muy bien las cosas. Al final su decisión fue simple; lo iría a visitar en su siguiente mediodía libre. Mientras tanto, se mantendría esa información para ella. Es muy probable que su amiga tratase de convencerla de hacer lo contrario.
Esa noche le costó dormir, se sintió insegura.
———
León estuvo fuera de la habitación toda la noche, durmió sobre las sillas rígidas incluso. En estos momentos cumplía el trabajo de guardia personal. Concluyó que, de saberse que Teobaldo todavía estaba vivo, alguien podría tener la brillante idea de venir a terminar el trabajo. Tal vez sonase alocado, porque lo era. Pero en esa ciudad todo cabía dentro de lo posible.
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Las caricias de Teobaldo
RomansaSeñorita Rebecca, ya puede pasar... Teobaldo White CEO de la panadería de la esquina, un romántico y mujeriego que está apunto de tener un cambio brusco en su vida una vez que conoce a la señorita Rebecca, una linda e inocente chica de dorados rizos...