Ascensión (Primera Parte)

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Por Robert Brooks

Alarak se detuvo en el camino sombreado que serpenteaba entre los acantilados negros. La piel le escocía. «Imposible». Solo era el mediodía, pero aun así había terrazine en el aire.

Allí. En el acantilado del oeste. Volutas de neblina violeta -gas terrazine- emanaban de una reciente grieta irregular que descendía por la cara del acantilado. Un temblor debía de haber roto una bolsa de gas subterránea. Una pequeña. Este regalo no duraría mucho. Alarak se adentró en la niebla de terrazine y levantó los brazos, las palmas hacia arriba, dejando que el aliento de la creación lo envolviera.

Penetró en su piel.

Fluyó por sus venas.

Expandió su mente.

Lo acercó más a Amon. Al Dios Oscuro.

Alarak podía sentir la voluntad de Amon, su gélido propósito, el oscuro latido de su corazón justo debajo de la quebradiza piel de este universo, una telaraña de venas en expansión dentro del vacío que palpitaba con expectación. El golpe maestro definitivo contra el corrupto ciclo estaba próximo. Alarak y el resto de los protoss elegidos, los forjados -los tal'darim-, solo tenían que esperar un poco más.

«La ascensión está próxima», había prometido Amon.

Pero la brisa no tardó en disipar la niebla arremolinada. Las oleadas de placer solo duraron unos instantes más.

No emanaría más terrazine hasta la puesta de sol. En ese momento, inundaría toda la atmósfera, como hacía cada noche. ¿Por qué? Esa era la voluntad de Amon. Todos los tal'darim de Slayn, ya fueran de clase alta o baja, quedaban sumergidos en su gloria hasta que el sol se elevaba y su regalo se desvanecía. Cada noche, todos los tal'darim eran iguales ante su oscura mirada.

Pero no durante el día. Bajo la luz del sol, cada uno tenía que ganarse su lugar.

Tal era también la voluntad de Amon.

Detrás de él, se oyó el crujir de fragmentos de roca bajo unas pesadas botas.

-Maestro Alarak. -Era su subordinada Ji'nara, que se acercaba a él con cautela -. Se requiere tu presencia.

Ella era la quinta ascendiente. Él era el cuarto, un eslabón por encima en la cadena de ascensión. Un día, ella intentaría asesinarlo.

«Pero probablemente hoy no», pensó Alarak. No se molestó en darse la vuelta.
-Puede esperar -respondió. Quería inspeccionar el lugar en busca de más bolsas de terrazine. «Si emanara más gas aquí durante el día...».

-No, no puede -dijo ella-. Me envía el maestro Nuroka. Desea hablar contigo.

-De acuerdo. -Como cuarto ascendiente, Alarak no podía desobedecer al primer ascendiente Nuroka más de lo que podía desobedecer a Amon-. ¿Dijo por qué?

-Ha desafiado al gran señor Ma'lash a un Rak'Shir -respondió Ji'nara-. Uno de los dos morirá mañana.

El silencio llenó el desfiladero. Alarak no reaccionó ni hizo movimiento alguno. No podía. Era como si todos sus pensamientos se hubieran congelado al instante.

«Imposible».

¿Estaba mintiendo? No. De ninguna manera. Ji'nara era astuta, pero no irresponsable. Si estuviera mintiendo, Alarak la destriparía y arrojaría su cadáver a los hambrientos zoanthisk. Ella ya le había visto hacerlo con otros subordinados. Tenía que ser verdad.

-Interesante -respondió. Decidió guardarse el resto de sus pensamientos. Al igual que ella se guardaba los suyos-. ¿Lo sabías?

Alarak se dio por fin la vuelta para escrutar su expresión.

-Sí -dijo ella. Era mentira, por supuesto.

Rak'Shir. Hacía meses que no se celebraba ninguno entre los tal'darim de alto rango. Los planes de Amon estaban a punto de fructificar. Cuando lo hicieran, todo tal'darim viviente alcanzaría la gloria bajo el nuevo orden de Amon. ¿Desafiar al Gran Señor a un combate a muerte? ¿Ahora? Era una locura. «¿Por qué querría Nuroka...?».

Ji'nara lo observaba con atención. Las siguientes palabras de Alarak determinarían si ella participaría en el ritual.

Sus miradas se encontraron.

-¿Lucharás mañana? -inquirió Alarak.

-Quizás -respondió ella.

-Será muy interesante. El gran señor Ma'lash no permite que sus contendientes mueran rápidamente -dijo Alarak. «Hay que poner fin a esto», se dijo. Si demasiados ascendientes se unieran al combate... si demasiados líderes tal'darim murieran, el caos podría retrasar los planes de Amon durante meses. O décadas. Alarak no ganaría nada con eso. «Si Ji'nara se queda fuera, nadie que esté por debajo de su rango osará participar. No en un Rak'Shir tan inesperado». Su tono de voz se tornó amenazante-. Disfruta como espectadora. Detestaría tener que asesinar a alguien con tus capacidades.

Ella no pareció reaccionar. Solo el ligero temblor de sus hombros bajo la negra y picuda armadura delataba sus emociones.

-Lo entiendo -dijo con tono inexpresivo. Y era evidente que así era. Ji'nara no pelearía mañana-. El maestro Nuroka ordena que vayas a sus aposentos.

-Muy bien -repuso Alarak mientras la despedía con un gesto brusco.

Ji'nara se fue sin decir más mientras le lanzaba una mirada por encima del hombro. Ella hablaría. Eso era bueno. Alarak quería que los demás creyeran que se uniría al combate. Pero no quería que nadie supiese a favor de quién. Cuanto más confusos estuvieran, mejor.

Eso ocultaría la confusión que él mismo sentía.

Alarak salió del desfiladero por el mismo camino angosto que lo había llevado hasta allí. No estaba lejos del puesto de avanzada tal'darim, pero tendría suficiente tiempo para pensar.

Las preguntas se agolpaban en su cabeza. ¿Quién participaría en el combate? ¿Por quién lucharían?

¿Y a cuántos sería capaz de matar Alarak?

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