El Cruce de la Perdición

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Por James Waugh

Había pocos lugares en el sector Koprulu que Jim Raynor odiara más que el Cruce de la Perdición. Pero los sentimientos de un hombre respecto de una región geográfica no eran precisamente un factor a la hora de definir sus responsabilidades como alguacil confederado. Así que, una vez más, Raynor se internó en esa franja infernal de desierto clavada en medio de los páramos nefastos de Mar Sara: en el medio de la nada.

Las ráfagas de viento envolvían furiosas su moto buitre. Raynor intentaba recorrer el desfiladero desolado en la mitad del tiempo para volver a casa antes de que se cumplieran dos días, tal como le había prometido a su esposa Liddy, que estaba embarazada. El aire era acre, seco y caliente. En el suelo compacto del desierto se habían abierto largas venas, producto del calor del sol y de la eternidad que aparentemente había pasado desde la última vez que una gota de humedad le había regalado su beso. La humanidad no estaba preparada para sobrevivir en un entorno así, pensaba Raynor, pero ese pequeño detalle no le impediría intentarlo.

A la distancia, ya vislumbraba la silueta del sheriff Glenn McAaron como un espejismo macabro y desagradable, un aerocamión, y lo que Raynor había ido a buscar, un cubo de reclusión reglamentario mediano. Sus sombras hinchadas se inclinaban bajo el sol ardiente de la tarde.

—Mierda —murmuró Jim por lo bajo cuando las formas comenzaron a volverse más nítidas, tan nítidas como el recuerdo de Liddy, que lo despedía con un beso.

El Cruce de la Perdición estaba en el centro de las famosas "anomalías de banda" de Mar Sara, lo que significaba que los equipos de estabilización de vectores a menudo no funcionaban y el contacto por comunicadores era muy entrecortado y limitado, prácticamente imposible. En consecuencia, el uso de naves de transporte para cruzar el valle desértico era, aun si se decidía hacer la inversión, una idea peligrosa, en especial porque a causa de las anomalías, la franja de 2400 kilómetros era una de las regiones con menos presencia policial del planeta (quizás incluso de la galaxia). Y ese era un dato que los forajidos y las bandas errantes de criminales conocían a la perfección. Casi todos los cerebritos de las Fuerzas científicas confederadas creían que las anomalías de banda se debían a los impulsos de electrones emitidos por las extrañas formaciones cristalinas que parecían brotar como frutos filosos y agudos de las profundidades del suelo rico en minerales. Independientemente de la causa, el resultado era que Jim tenía que adentrarse en el pasaje más peligroso del sector para encontrarse con el sheriff que menos le agradaba a fin de transportar prisioneros de una punta del planeta a la otra.

—¿Viniste a llevarte este cubo o a unirte a sus huéspedes, alguacil? —dijo McAaron con una horrible sonrisa sin dientes mientras Raynor frenaba su buitre. Era la clase de sonrisa irónica que implicaba sin rodeos que no lo decía con humor.

—No a menos que digas algo que me incite a pisotear las leyes. —Raynor escupió en el suelo polvoriento.

McAaron se había dejado estar en los últimos años; ahora el exceso de grasa en la cintura le sobresalía sobre el cinturón aún más que la última vez que se habían visto. El vientre parecía crecerle con cada encuentro. El sheriff se estaba preparando para la vida plácida del retiro que ya vislumbraba en el horizonte.

—Yo no estaría tan seguro, hijo. Tu prontuario es más largo que el de la mayoría de los criminales que traigo aquí. Si no fuera por tus amiguitos, quizá serías tú el que se iría a El Indio esta tarde.

—Pero sheriff, ¿dónde quedó su fe en la redención? —Jim le regaló su propia sonrisa ganadora y se bajó de la moto.

McAaron estaba en la fuerza hacía mucho tiempo y sabía sobre el pasado de Jim. Los hombres como el sheriff eran obstinados y tenían su forma de ver el mundo. Su actitud ante un excriminal no era algo personal, era sólo una cuestión de costumbre.

StarCraft 2: Legacy of the VoidDonde viven las historias. Descúbrelo ahora